lunes, 9 de julio de 2012

El Jardín

Hace mucho que leí una historia de otra línea de tiempo basada en un personaje llamado Cándido. Él también sobrevivió a una dificultosa serie de desgracias y tragedias, y luego se estableció en una granja cerca de Constantinopla. Escuchando una caprichosa discusión filosófica, Candide respondió “Todo eso está muy bien, pero es hora de tender nuestro jardín”. Ahora llegué a ese punto en mi propia historia.

Hay un jardín metafórico en los actos y actitudes que hacen a la vida de una persona, y los tesoros de ese jardín son el amor y el respeto. Me he llegado a dar cuenta que la junta de amor y respeto, de otros y para mí, ha sido la verdadera búsqueda de mi vida.

“Ahora tenemos que atender nuestro jardín”.

En este posible mundo de muchos por haber
¿Todo para mejor, o alguna prueba extraña?
Es lo que es, y como sea, el tiempo sigue siendo la burla infinita

La flecha vuela cuando sueñas
Las horas se suceden, las células se suceden
El Relojero se apega a sus planes
Las horas se suceden, se suceden

La medida de una vida es la medida de amor y respeto
Difícil de ganar, tan fácil de hacer arder
En la totalidad del tiempo, un jardín que nutrir y proteger

En la salida y puesta del sol
Hasta que las estrellas salen y dan vueltas en la noche
Es lo que es, y por siempre
Cada momento, un recuerdo al vuelo

La flecha vuela mientras respiras
El Relojero ha medido su plan secreto en el tiempo
Las horas se suceden, se suceden

El tesoro de una vida, es una medida de amor y respeto
La manera en la que vives, los regalos que das
En la totalidad del tiempo
Es la única devolución que esperas

El futuro desaparece en el recuerdo
Con sólo un momento entremedio
Vive en ese momento para siempre
La esperanza es lo que queda por verse  


Música: Geddy Lee/Alex Lifeson; letra: Neil Peart (2012)

domingo, 29 de abril de 2012

Sueños…


¿Cuál es el significado de ellos? Por supuesto, sólo puedo hablar de mis propios pensamientos acerca de esto.
 
Para mí, un sueño es una idea que surge espontáneamente y profundamente motiva al que fue elegido para, finalmente, hacerla realidad.

Sé que tengo un gran sueño (o varios, no sólo uno), pero hay diferentes tipos de sueños, y en este caso me estoy enfocando solamente en una de todas las maneras en las que se los puede tomar. 

Cuando terminé la secundaria encontré una sensación de completa libertad, y eso que afortunadamente siempre tuve el apoyo de mis padres en lo que respecta a música. Ellos son amantes de la música. De hecho, fue mi papá el que me compró una guitarra cuando tenía once años, y no recuerdo realmente el haber pedido ningún instrumento. Sí tuve una batería cuando era chico, y CDs nunca faltaron, así que se puede decir la música estuvo siempre presente en mi vida. (Vale destacar un recuerdo que mi papá compartió conmigo una vez: un bebé en la parte trasera del auto moviendo sus pies al ritmo de las canciones de 5150 de Van Halen. La canción “Dreams” es mi favorita en todo el mundo, incluso desde antes de saber acerca de esto. Era muy chico como para recordarlo).

Durante mi adolescencia muchas ideas musicales surgieron. Cuando la primera serie comenzó a fluir, no me gustaba pensar que lo que lograba componer sonara parecido a otra cosa. Durante este comienzo de composición musical sentía que todo era predecible a la hora de combinar notas. Sentía que mis ideas sonaban similares a lo que solía escuchar por aquel entonces. Así es como siempre tendí a buscar alguna interesante combinación de notas, acordes poco usuales con notas de bajo que cambiaran su sonido convencional y demás. Con el paso del tiempo esto se convirtió en lo que yo creo es mi sonido característico, un enfoque personal que hace a mis canciones tal y como son.

Después de la secundaria, tocar en vivo pasó a ser la manera de seguir haciendo música. Aun así, el componer no se me escapó (¡gracias a Dios! ¡Ja, ja!). Pocos años después conseguí finalmente una cámara digital y empecé a subir videos a You Tube. No fue hasta este momento que comprendí mi música podía oficializarse, por ponerlo de algún modo.

Cada vez que se trabaja en un video, éste necesita ser dirigido además de interpretado. Fue esta actividad la que me hizo aprender mucho acerca de grabación, mezcla y cómo arreglar ideas que nacían de zapadas solitarias con una guitarra desenchufada. El mejor ejemplo que puedo dar es “The Battle of the Pelennor Fields” (La Batalla de los Campos del Pelennor). Sí, yo fui el que compuso la canción, pero hubo muchas otras personas que influyeron en algún punto para llegar a la versión final de la misma, no sólo yo: socios de A.T.A. y la motivación de escribir algo basado en la obra de J.R.R. Tolkien; Francisco Nogueiras y nuestras ganas de fusionar dos aspectos musicales diferentes, música orquestal y ensamble de Rock; Tom Geisler, quien tuvo completa libertad a la hora de crear la pista de batería; y Dave Williams, quien finalmente hizo una mezcla masiva con lo grabado por Francisco, Tom y yo.

Ahora bien, aplíquese esto a cada colaboración virtual, ya sea para covers como para canciones propias, hecha alguna vez… La sensación siempre es grande, y los resultados, al parecer, también, a juzgar por la larga y delgada barrita verde debajo de los clips subidos a You Tube o los “Me gusta” bajo los enlaces colgados en Facebook. 

Al principio se trató más que nada de hacer un video crudo, aunque lo mejor logrado posible, y compartirlo con los que parecían ser personas entendidas dentro de la música contenida en aquellas subidas. Con el paso del tiempo, cada nuevo video pasó a ser individualmente importante. Para ser honesto, siempre ha sido así. Pero el punto de inflexión fue el haber descubierto la posibilidad de tocar virtualmente con músicos de cualquier parte del mundo.

Para mí, aclarando una vez más que estoy hablando de una manera particular de describir uno de mis significados en lo que respecta a “sueños”, cada nueva canción grabada y compartida es un sueño hecho realidad. Son estas pequeñas cosas las que hacen a la vida misma un sueño día a día.

Un sueño podría ser eso, dar lo mejor todos los días, ver qué sucede y mantener una mentalidad abierta a lo que se puede presentar. Si el corazón y la mente son verdaderos y hay esperanza y deseo de que todo esté bien, entonces seguramente así será, a pesar de las dificultades, que son parte del hecho de estar acá. Éstas no son más que una dura prueba por la que todos debemos pasar para alcanzar el siguiente nivel en nuestro camino.

Dreams…


What´s the meaning of them? I, of course, can only talk about my own thoughts about this.

To me, a dream is an idea, something that comes up spontaneously and deeply drives the one who´s been chosen to, eventually, make it real.

I know I have one huge dream (or some, not just one), but there´re different kinds of dreams, and in this case I´m only focusing on one particular way of taking them as.

When I finished high-school, I found a sense of complete freedom. Fortunately, I have always had my family´s support when it came to making music. My parents are music lovers. In fact, it was my father who bought me a guitar when I was eleven in the first place. I don´t remember asking for any instrument, honestly. I did have a set of drums when I was a kid, and CDs were a must at home so music has always been present in my life. (It´s worth recounting a memory that my father shared with me once: a baby moving his feet to the beat of the songs on 5150 by Van Halen. No wonder “Dreams” is my favorite song in the world! It´s been like that even before knowing about this. I was very young to remember). 

During my teens, many musical ideas came up. When the first series started flowing, I was reluctant to sound similar to somebody else. During this beginning of musical composition, I felt everything was predictable when combining notes. I felt that my ideas sounded similar to what I used to listen to. That´s how I always tended to look for some interesting note combination, unusual chords with odd bass notes changing their conventional sound and such. This became in time what I believe is my signature sound, a personal approach to music that makes my songs the way they actually are.

After high-school, live performance became another way to keep on going. However, song-writing never escaped me (thank God! Ha, ha!) A few years later I got a digital camera and began uploading videos on You Tube. It wasn´t until this moment that I understood my music could become official, as it were. 

Every time a video is on the works, it needs to be directed. This activity made me learn a lot in terms of recording and arranging ideas that were mainly born out of in-the-moment guitar jams. The best example I can give is “The Battle of the Pelennor Fields”. I may have written that song, alright, but a lot of people were involved in eventually coming up with the final version, not just me: A.T.A members and the motivation to write something based on Tolkien´s work; Francisco Nogueiras and our willingness to work together by combining his orchestral music with something of mine, which always has to do with non-academic music (though not mainstream-like either); Tom Geisler, who had complete freedom when tackling the drumming on the song; and Dave Williams, who put all of the others´ work together by doing a massive mix.

Now, apply this to all of the covers and original songs that have been done in collaborative form up to this day… The feeling is always great, and apparently the results too because not only us musicians are involved but also anyone interested in watching and listening to the work achieved, which is enjoyed (almost) one-hundred percent of the time (You can tell by the thin long green bar under the You Tube clips or the constant “Like” notification on Facebook. Lol!) 

At first, it was only about uploading a raw vid, though as crisp and clear as possible, and sharing it with what seemed to be like-minded people, users who´d possibly like the content of what was being shared with them. As time went by, each and every project became individually important. To tell the truth, it´s been like that from scratch. But the turning point came when I discovered the possibility of playing virtually with musicians from all around the world.

To me, clarifying again that I´m talking about a particular way of describing one of my meanings when it comes to talking about dreams, every new song recorded and shared is a dream come true. It´s these little things that turn life itself a dream day by day. 

A dream may be just that, to go for it every day, to see what happens and keep an open mind as to what might come. If the heart and mind are true and there´s hope and a wish for everything to be alright, then it´ll surely be, despite the difficulties while we´re here, which aren´t nothing more than a hard test we must go through to hit the next level in our walk of life.

martes, 6 de marzo de 2012

Más que tan sólo otro sábado...


... tampoco el día más grandioso de todos, pero lo biográfica y suficientemente interesante como para asentarlo en forma escrita.

Todos los segundos sábados de cada mes hay reuniones en Kick-Off, un bar de Rugby en San Isidro, al norte de Gran Buenos Aires. Estas reuniones son parte de las actividades que A.T.A. (Asociación Tolkien Argentina) organiza. Llegué a saber de esta institución gracias a una amiga virtual, la primera persona de la Red que conocí cara a cara tiempo después de que ambos halláramos cruzado caminos virtualmente en 2009: Odalis, alias: Éowyn Dernhelm. Nuestro amor por la obra de Tolkien hizo que nos conociéramos por medio de Elwing, una amiga suya de Alemania que compartió con ella mi primer video musical relacionado de algún modo con El Profe. Lo más loco de todo es que ella es originaria de Perú pero hace veinticuatro años que vive en Argentina, y sólo terminó visitando mi canal de You Tube, el de un argentino, por medio de Elwing, ciudadana de Alemania. Como algunos dicen, “El poder de la Internet”.

De ahí en más se trató de compartir cosas entre sí entablando conversaciones por medio de mensajería instantánea, viendo y comentándonos nuestros videos y cosas por el estilo. Durante una de las conversaciones le conté acerca de mi idea de tocar en vivo para una audiencia versada en asuntos Tolkien y le pregunté si conocía a alguien encargado de la organización de eventos de esta índole. Lo siguiente que se aparece como mensaje instantáneo es un enlace que lleva a la página oficial de A.T.A. Comencé a leer su contenido pero, al parecer, la asociación pertenecía al sur del país, de acuerdo a una publicidad promocionando uno de los eventos. De todos modos, en vez de apurarme a desechar el sitio, seguí buscando algo más. Y ese “más” a la larga apareció: Filiales. Con una generosa cantidad de excitación hice clic sobre esa palabra, rogando toparme con una filial en Zona Norte. Salta, Santa Fe, La Pampa... todas provincias por ahora. Mar del Plata, Capital Federal... acercándose. Sur, Este, Oeste... Norte. ¡Bingo! Después de volver a hacer clic en la deseada opción leí que la filial se reunía específicamente en San Isidro, lugar que he estado visitando más que nada en bicicleta desde que tengo catorce años. Era cómodo y cerca, por ende, el entusiasmo creció. Pero realmente no pude creer lo siguiente, la parte que hablaba de los encargados de dirigir esta filial (Formendor, que en la lengua élfica significa “Tierras del Norte”).  El director y secretario terminó siendo Nacho Cesio, un chico que conocí en 2006, el primer año como profesor de guitarra. Él se interesó en tomar clases después de que su hermana menor comenzara a aprender conmigo. Su hermana mayor era en ese entonces compañera mía en el secundario, así que ella fue en realidad el vínculo entre ellos dos y yo.

Mi asombro al leer el nombre de Nacho se vio potenciado con el primer recuerdo que tengo de él.
Fue durante la primera clase de guitarra (una de dos nada más. Descubrió que su verdadera pasión musical se inclinaba al piano).

Nos sentamos y comenzamos con algunos acordes y arpegios básicos. Hasta ahí, todo iba bien, como de costumbre. Era evidente que no tenía dificultades en aprender. Eso es siempre prometedor. Lo convencional sería continuar con algo un poco más difícil. Pero no se cómo me encontré hablando acerca de El Señor de los Anillos, del haber leído la trilogía aunque deseando comprenderla mejor, con más profundidad, unos veinte minutos después del comienzo de la lección. Sin saberlo, había activado lo que se convirtió en una charla de tres horas. Nacho era un atlas de la Tierra Media. Hablaba de cualquier cosa que tuviese que ver con Tolkien con pasión y asombrosa seguridad de su amplio conocimiento. Aun así las tres horas invertidas en hablar en vez de aprender guitarra no se trataron de ESDLA solamente sino también de nuestras vidas, nuestras personalidades y cómo solíamos ver al mundo que nos rodeaba en ese entonces y cómo nos manejábamos en él.

En algún punto, el teléfono sonó. Era Queti, la madre de Nacho, preocupada porque se suponía que su hijo regresaría a casa dos horas más temprano (eran las diez y veinte de la noche cuando llamó. La clase había sido acordada a las siete de la tarde). Eso obviamente le puso un fin razonable a la clase, eh, quiero decir, conversación. Lo volví a ver a la semana entrante para ahora sí una verdadera lección de guitarra. (Hubo unos minutos dedicados a charlar de todas maneras. No le haría daño a nadie). Después de eso lo habré visto dos o tres veces caminando por Tigre, pero sólo con un saludo pasajero y no con otra abundante dosis de Tierra Media, Elfos y Anillos.

Pero a la larga tuve otra dosis, cinco años más tarde. Siempre consideré esto como una de esas cosas que ocurren en la vida de uno, algo así como una inesperada conexión preliminar que debe ser y trascender por alguna razón.

El veintinueve de octubre de 2011 tuve finalmente la chance de tocar en vivo en un evento Tolkien: Formendor Fest (para ese entonces ya era socio de A.T.A.). El plan original era tocar durante la Jornada Tolkien del mismo año, la cual se había llevado a cabo semanas antes. Pero la organización fue muy problemática. Era un programa caótico y la Universidad de Lanús, establecimiento que serviría para que las actividades de aquella jornada tuvieran lugar, se encontraba en Zona Sur, el completo opuesto de donde vivo. Había que transportar un equipamiento considerable así que todas esas trabas lo dificultaron a tal punto que no se pudo hacer.

Para ese entonces me había involucrado en un proyecto colaborativo con Francisco Noguerias, un músico clásico argentino que conocí por medio del foro de A.T.A en Facebook. (De hecho fue Éowyn la que, una vez más, compartió conmigo este otro enlace de la asociación. Vale destacar que también estuvo presente esa noche de octubre. Apropiado, ¿no?). Él dirigiría una orquesta y yo tocaría guitarra eléctrica sobre este tipo de ensamble en canciones basadas en la obra de Tolkien, hasta una mía, “La batalla de los campos del Pelennor”. Desafortunadamente dos vagos ensayos probaron que no iba a funcionar. Los músicos no mostraron ni un poco de entusiasmo, ni siquiera compromiso. Así es como Fran y yo apuntamos directamente a FFest.

Al final Francisco se enfermó y no pudo concurrir al evento. Ya habíamos acordado reemplazar la orquesta con teclados tocados por él mismo, pero obviamente tampoco se dio de esta manera. Por suerte, yo tenía un plan de último recurso (creo que siempre lo tengo). Eventualmente presenté la música solo. Bueno, no completamente solo: Tom Geisler y Shawn Sasser, dos músicos estadounidenses que conocí virtualmente, estuvieron allí presentes sin tener que viajar a Sudamérica.

Proyectados ellos en la pared trasera mientras yo tocaba en vivo en una esquina, la presentación de “Pelennor” fue la joya de la noche (una de tres canciones nada más). Al momento de tocar me limité a concentrarme en las partes de guitarra que me correspondían. Pero cuando la canción comenzó a fundirse gradualmente y yo ya no tenía que tocar, desvié mi mirada hacia la pared y vi a Tom finalizando el tema con su redoble militar. Se sintió tan... extrañamente bien.

La música de Francisco también fue presentada. Semanas antes yo había trabajado en el resumen de dos capítulos de El Silmarillion, lo más mágico que haya leído alguna vez. Él tenía compuesta una suite de aproximadamente una hora inspirada en este sorprendente trabajo literario y quería tocar dos de las dieciocho piezas que hacen en su totalidad su logro musical: “Mereth Athertad, La Fiesta de la Reunión” y “Beren & Lúthien”, el clásico por excelencia. Incluso sin la presencia del creador  aproveché el proyector y los archivos de audio que le había pedido, los que contenían estas dos piezas en particular, y compartí los resúmenes acompañados de imágenes indicadas para que, en definitiva, la audiencia pudiese ver, escuchar y leer.

He aquí las canciones que hicieron a la presentación músico-literaria de Formendor Fest:

1) Caras Galadhon (guitarra eléctrica por C).
2) La batalla de los campos del Pelennor (con “All Shall Fade”, canción de Pippin, como introducción).
3) Rivendell (canción de Rush, inspirada en parte de “La Comunidad del Anillo”, volumen #1 de la trilogía).
4) Mereth Athertad
5) Beren & Lúthien

Otro sueño hecho realidad...

Digamos que mi tarea estaba hecha, pero seguía siendo socio de A.T.A. y Formendor. Lo sigo siendo hasta el día de hoy. Gracias a esta continuidad puedo hablar de este sábado tan particular, al que por fin puedo regresar. ¡Ja, ja!

Partí de casa montado en mi bicicleta azul “Delta Bike”, a la que se le hicieron ciertas modificaciones para adaptarla a mi cuerpo y así poder pedalear con mayor rendimiento y comodidad. Me dirigí a San Isidro (7 kms) en un hermoso día de clima primaveral, soleado y a la vez soportable, con suaves vientos que lo refrescan a uno al mismo tiempo que se ejercita.

Me esperaba la segunda reunión después de Formendor Fest. Al no tener futuros eventos que organizar no estábamos tan activos como durante los meses previos, Agosto, Septiembre y Octubre. De hecho, el verano en Sudamérica estaba pronto, lo que hace que todo se torne más pasivo, hasta lento diría. Dedicamos nuestro tiempo simplemente a charlar sobre la vida. De todos modos me animé a dar una charla sobre Bilbo Bolsón, un distinguido personaje en la historia de la Tierra Media. Esto era algo que había escrito en un borrador primero e impreso luego, varios meses antes de que la reunión de diciembre se llevara a cabo. Lo que me impedía dar la charla era mi falta de confianza en leer en voz alta estando en un lugar público. Pensé que ya era hora de sacarme la vergüenza así que de repente pregunté si podía hacerlo, antes de que alguien más comenzara con otro tema. Terminé dándola y me sentí bien por ello. Mi lectura fue fluida y pausada, y por fin pude compartir “en vivo” mis pensamientos acerca de Bilbo con personas afines.

Cuando las reuniones “formendoreanas” llegan a su fin, suelo volver a casa por el mismo camino que utilizo para llegar a Kick-Off. Los otros socios caminan más o menos siete cuadras hacia la estación de tren o paradas de colectivo, las cuales se encuentran cerca y sobre una de las avenidas principales de la ciudad. En esta ocasión los acompañé y saludé en las vías porque tenía otra cosa en mente más que regresar directamente a casa.

Algunos días previos a la reunión leí un Estado de Facebook de Nacho Castillo, un contacto que había agregado en 2010 cuando nosotros, seguidores de Rush, esperábamos la primera llegada de la banda a Argentina. Envió un mensaje general invitando a sus contactos a un festival de bandas que tendría lugar en el barrio Florida de Vicente López, el mismo barrio en donde FFest se había llevado a cabo. Su banda, Kernel Panic Trío, iba a abrir el festival a realizarse en una escuela pública.

Cuando me di cuenta que a lo largo del día podría ir tanto a la reunión de Smial (así se les llaman) como a la presentación de Nacho, tracé algo así como un plan de viaje.

Para ser honesto, Florida no queda cerca de San Isidro, pero ambos lugares pertenecen a la Zona Norte de GBA así que lo tomé como una posibilidad de cubrir “largas” distancias (nótense las comillas).
Kick-Off está localizado dentro de la inmensa infraestructura construida con propósitos comerciales que es parte de un tren turístico conocido como Tren de la Costa. Por lo tanto, la estación de San Isidro, no la regular sino la turística, es en realidad muy grande, con abundantes tiendas de ropa, restaurantes, una heladería, un cine, un mini-mercado, una fuente y un escenario en el cual solían tocar bandas en vivo los fines de semana. La cuestión es que para llegar al barrio Florida hay que dirigirse al sudoeste si el punto de partida es la estación del Tren de la Costa de San Isidro. Las personas de Zona Norte están próximas al Río de la Plata, el más ancho del mundo. Está al oeste de la provincia, lo que le sigue es el Océano Atlántico y más allá, países europeos como Portugal, España, las Islas Británicas y la costa oeste de África, así que como ciclista sólo puedo moverme hacia el norte, sur u oeste y todo entremedio.

Para empezar, pedaleé alrededor de un kilómetro hasta alcanzar la avenida Márquez, un largo tramo recto que bordea al hipódromo de San Isidro. Aquí doblé a la derecha. Cuando este lugar termina hay una rotonda para cambiar a cualquiera de las demás direcciones o seguir hacia el oeste en línea recta. En vez de elegir la segunda opción y así acabar en la autopista Panamericana tan pronto preferí girar hacia el sur otra vez (izquierda) y transitar por Avenida Sir Alexsander Fleming, ahora costeando un campo de golf. Se encuentra a seis cuadras de la siempre ruidosa y atolondrada autopista, un mejor camino para seguir. En la siguiente rotonda es cuando usualmente comienzo a moverme en zig-zag, oeste-sur-oeste-sur-oeste-sur, sabiendo que no voy a pasar mi destino de largo gracias a un preciso cálculo que se ha gestado con años de visitar toda esta área.

Después de muchos minutos de avance bajo este método, finalmente desemboqué en Panamericana. Esta sección de la autopista está lejos del tramo cubierto junto a Cristian, Juani y Ciri en enero de 2011 (véase “Relato del Gran Viaje”). Aquí no hay banquina alguna, sólo carriles ya sea tanto para tránsito pesado como rápido. Lo que hice fue cruzarla transversalmente por medio de uno de los tantos puentes que no son más que extensiones de calle que llegan hasta la autopista y continúan una vez cruzada la misma.

Tomé el ramal costero al doblar a la izquierda (sur otra vez). Ahora restaba ser paciente ya que había muchos puentes por pasar de largo antes de llegar a la escuela. El último de estos era Melo. Estaba familiarizado con él solamente porque una vez acompañé a mi hermano a la casa de un amigo suyo, que solía vivir por la zona y el colectivo que tuvimos que tomar siempre se detiene allí.

Afortunadamente traje a cuenta durante la reunión que iba a asistir a un concierto en Vicente López después de que la misma llegase a su fin. Gracias a esta acción me salvé de cubrir kilómetros de más sin ninguna necesidad. Ana, la única chica dentro del Smial, dijo que había sido alumna de esta misma escuela. El punto de referencia que tenía era un nuevo centro comercial, DOT. Ya sabía de antemano cuál era su ubicación, pero Ana me aseguró que la escuela no estaba cerca realmente. Lo que tenía que hacer era doblar a la derecha al llegar a Melo, y eso sucedería unos dos kilómetros antes del centro comercial. Cuando llegué a la esquina formada por la combinación entre la calle Melo y el ramal costero, vi a lo lejos en dirección sudeste y fui capaz de distinguir el gran cartel que leía “DOT”. ¡Dios! Después entendí el porqué de la referencia adjunta el Estado de Nacho ya que evidentemente estaba dirigida a personas que eran de otros lugares. Pero me alegré de haber evitado pedalear esa innecesaria distancia después de todo.

Es así que volví a doblar a la derecha (sí, ya lo se, oeste-sur-oeste-sur-oeste-sur...) y seguí hasta que crucé un nuevo paso nivel, muy lejos del que mis compañeros de Formendor suelen utilizar. Alrededor de seis cuadras fueron cubiertas y Estanislao del Campo, la última de todas las calles que tenía que transitar, nunca cruzó mi camino. Por ende, le pregunté a un hombre que estaba sentado en la entrada de una tienda de frutas y verduras si sabía con exactitud dónde se encontraba la calle. “Te pasaste. Es la primera paralela a Panamericana”, fue su respuesta. De inmediato me percaté de mi error: el camino iba en bajada por todas esas cuadras hasta nivelarse en el cruce, por lo que me dejé ir placenteramente, sin prestarle atención a las primeras calles ni a sus respectivos nombres. Revisé la hora y supe que tenía tiempo de sobra antes de que el show comenzara. Lo aproveché parando en una estación de servicio y reponiendo energías con un descanso, barra de cereal y jugo multi-fruta.

Una vez desencadenada la bicicleta del palo de luz que había elegido, volví por el mismo camino. No tuve ningún inconveniente en encontrar Estanislao del Campo ahora. El establecimiento estaba ahí mismo en la esquina y algunos jóvenes esperaban en la puerta.

Ahora bien, cuando esta es la escena tiendo a sentirme algo incómodo, si es que no me encuentro acompañado. Me quedo ahí de pie junto a la bicicleta en silencio mientras otros que evidentemente se conocen entre sí conversan y ríen juntos. Pero después de que pasaran unos minutos, uno de ellos se me acercó.

-¿Claudio? -.
-Sí -.
-Soy Nacho. ¿Cómo estás? -.
-Oh, Nacho. Estoy bien, gracias -.
-Bueno, gracias por venir a vernos -dijo, algo sorprendido.
-No hay  porqué. Hasta ahora fue un viaje muy agradable -dije-. ¿Cuándo empieza el evento?-.
-Estamos esperando a que llegue el responsable de las llaves -contestó, con un vago tono de queja. Después volvió con su grupo de amigos, más que otra cosa miembros de las bandas que tocarían además de Kernel Panic.

No después de mucho tiempo un auto se detuvo en frente del grupo de gente. Lo único que llegué a notar fue una mano que salió de la ventana trasera sosteniendo un juego de llaves a ser entregado a uno de los músicos. Después de que el auto se marchara, la puerta principal del establecimiento se abrió y quienes esperaban en la vereda entraron. No sabía qué hacer con la bicicleta. Supuse que podía traerla adentro conmigo y atarla a la reja lateral. No paraba de dudar así que la llevé al interior del mismísimo salón donde se ejecutaría la música. Nadie se quejó así que no dudé más. Había una silla aislada a la derecha del vasto lugar. La tomé y ubiqué en la parte trasera; la bici puesta a mis espaldas en la esquina.

No tenía nada que hacer hasta que comenzara el show. Por lo tanto, me senté en la silla para descansar mis ejercitadas piernas por un rato. Mientras esperaba se me ocurrió hacer uso de mi cuaderno como fuente de entretenimiento. A lo largo de 2011 escribí muchas cosas en este cuaderno de tapa verde. Originalmente había sido comprado con el fin de escribir ideas para un cuento ficticio en el que vengo trabajando desde hace años (el final no parece estar nada cerca). Pero cuando me tomé un descanso inconsciente del mismo, el cuaderno siguió siendo de utilidad pero con otros propósitos. Llegué a escribir cosas como “Ir a la disquería para encargar ese álbum de música ambiental” o “Enviarle un mensaje al baterista con el que empecé a trabajar”. Si sentía la necesidad de expresar algún sentimiento en forma de palabras escritas, entonces recurría a esas hojas de papel. Si surgía alguna línea melódica que no quería tocar de otra manera luego, hacía una transcripción rápida allí, así no improvisaba algo nuevo basado en esa determinada composición musical.

No sólo sirve para matar el tiempo antes de que cualquier tipo de función comience, también (y 
especialmente) durante viajes en tren (no hago mención del colectivo porque rara vez me subo a uno, pero no veo porqué no habría de funcionar también).

Kernel Panic Trío me recordó a... bueno, a mí y a mi ex-banda. Tenía mucho que ver con el enfoque que Gogui, Nico y yo solíamos tener unos años atrás: un guitarrista-cantante más la sección rítmica de batería y bajo. Más crudo, imposible, lleno de agallas rockeras.

Tocaron algunos clásicos de Rock más unos pocos temas propios (la lista de canciones no era muy larga). Aunque el sonido no fue el mejor ya que los salones escolares tienden a generar mucho “reverb”, me sentí muy bien escuchándolos. Me dio mucho gusto ver a personas incluso más jóvenes que yo (y eso que tengo veintitrés años) interpretando este tipo de canciones con tan inspiradora energía. Creo que ello contribuyó en grande al modo positivo en que reaccioné ante lo que tenían para ofrecer.

La lista, al menos como la recuerdo:

1) YYZ (Rush)
2) Algo así como una psicodélica canción de Blues que me sonó, pero no lo suficiente como para recordar el nombre. Probablemente nunca lo supe.
3) The Chicken (Jaco Pastorius)
4) Uno de sus temas originales (el que iba en serio).

Vis:

Purple Haze (The Jimi Hendrix Experience)
El otro original (el no-serio. Nacho explicó que “los que lo conocen, lo van a disfrutar. Los que no, la van a pasar mal” ¡Ja, ja!).

Su parte estaba hecha. Música de fondo saltó de los parlantes. “Pull Me Under” de Dream Theater continuó hasta su final. Había empezado antes de que KPT se presentara, pero la sonidista le dio pausa cuando la banda ya estaba lista sobre el escenario. Esperé a que Nacho saliera al salón una vez más pero nunca lo hizo. Se estaba haciendo tarde y el camino de regreso a Tigre era algo extenso. Pensé que podría escribirle en su Muro de Facebook desde mi propia casa, pero hubiese sido agradable tener una chance de charlar un poco más antes de partir.

Como lo planeé, la conversación pendiente se estableció en forma virtual.

Para mí, este sábado simboliza la comunicación y sus virtudes. Ya sea real o virtualmente, o ambas trabajando juntas como en este caso, hay una chance de conocer gente con la que vale la pena interactuar. La promesa del “feedback” entre uno y el otro y las cosas que se pueden lograr gracias a ello nos hace dar cuenta que, con responsabilidad y respeto, la comunicación es la clave para mejorar nuestras vidas como seres sociales.

More than just another Saturday...

... and not the wildest day ever either, but biographically interesting enough to make an account of it.

Every second Saturday of each month there are meetings at Kick-Off, a Rugby bar in San Isidro, North of Gran Buenos Aires. These meetings are part of the activities that A.T.A. (Argentinian Tolkien Association), organize. I learned about this institution thanks to an online friend, the first one I got to meet for real sometime after we came across virtually: Odalis, aka: Éowyn Dernhelm. Our love for J.R.R. Tolkien´s work made us cross our paths in 2009 when I got a message from her saying her girlfriend in Germany, Elwing, shared my first video related to The Lord of the Rings with her. The craziest thing is that she's Peruvian but has been living in Argentina for twenty-four years and only got to visit my You Tube channel, the one of an Argentinian musician, through Elwing's share. As some people say, “The power of the Internet”.

From then on it was all about sharing things with one another by chatting through instant messages, watching and commenting each other's videos and such. During one of the conversations I told her about my idea of playing live to an audience versed in Tolkien matters and asked her if she knew about anybody involved in organizing events of the sort. Next thing I know there's a link which leads to A.T.A. official website. I eagerly started reading its content but then I saw that, apparently, the association belonged to the southern part of the country, according to an advertisement promoting one of the events. However, instead of hurrying myself to dispose the site given that I'm in Buenos Aires, the eastern part of Argentina, I kept on looking for something else. And that “else” eventually came up: Subsidiaries. With a generous amount of excitement I clicked on that section, begging there was a subsidiary in the Northern Area of GBA. Salta, Santa Fe, La Pampa, all provinces so far. Mar del Plata, Capital Federal, getting close. South, East, West... North. Bingo! After clicking on that one, I read it was in San Isidro, a place I've been visiting by bike since I was fourteen years old. It was comfortable and near, therefore, the excitement grew. But I really couldn´t believe the next part, the one talking about the people in charge of this subsidiary (Formendor, which means “Lands of the North” in the Elvish tongue). The director and secretary turned out to be Nacho Cesio, a guy I met in 2006, my first year as a guitar teacher. He was interested in taking guitar lessons after his youngest sister started learning with me. Their oldest sister is an ex-high school partner of mine, so she was in fact the link to the other two.

My amazement when reading Nacho's name was powered by the first memory I have of him. It was during the first guitar lesson (one out of two only. He realised his true musical love was the piano).

We sat down and took off with some basic chords and arpeggios. So far everything was going on as normal as it can be. It was evident he hadn't difficulties in learning. That's always promising. The usual thing would be to continue with something a bit harder. But I don't know how I found myself talking out loud about my having read The Lord of the Rings trilogy and wanting to learn more about Middle-earth twenty minutes after the beginning of the lesson. Without knowing it, I had triggered what became a three-hour long conversation. Nacho was a Middle-earth atlas. He talked about all things Tolkien with passion and amazing sureness of his knowledge. However, the three hours spent in talking rather than learning guitar stuff not only were about LOTR but also about our lives, our personalities and how we used to view and live in the world that surrounded us back then.

At some point, the phone rang. It was Nacho's mom, Queti, worried because his son was supposed to be back more than two hours earlier (it was twenty past ten when she called and the lesson had been agreed at seven o'clock in the afternoon). That obviously gave a reasonable ending to the lesson, ah, I mean, conversation. I saw him again the following week for what was actually a proper guitar lesson. We dedicated a few minutes to talking though, it wouldn't harm anyone. After that I saw him walking down the streets of Tigre once or twice but we just said “Hi” to each other and didn´t stop for another generous dose of Middle-earth, Elves and Rings.

But in the end I got another dose alright, five years later. I've always looked at this as one of those special things that happen in one's life, kind of an unexpected connection that's meant to be and transcend for some reason.

On October 29th, 2011, I finally had a chance to perform live at a Tolkien event: Formendor Fest (by this time I was already a member of A.T.A.) The original plan was to play at the National Tolkien Day, which took place weeks before. But the logistics were too problematic. It was a hectic schedule and the Univercity of Lanús, the place where the activities were going to be developed, was in the Southern Area, the complete opposite from where I live. There was some considerable equipment to transport too so all of that made it really difficult for me and the other members to pull it off.

By that time I became involved in a collaborative project with Francisco Nogueiras, an Argentine Classical musician I met through the A.T.A. forum on Facebook (Éowyn was in fact the one who, yet again, shared the link to this other A.T.A. page. She was also part of the audience on that October night. Neat, isn't it?) He would conduct an orchestra and I would play the electric guitar on top of it on Tolkien-related songs, even one of mine (“The Battle of the Pelennor Fields.”) Unfortunately, two vague rehearsals proved that it wasn't gonna work. The musicians weren't enthusiastic, at all. They didn't make a commitment either so we decided FFest was the answer. 

In the end Fran got sick and wasn't able to attend the event. We had already agreed on replacing the orchestra with keyboards played by him, but that obviously didn't work either. Luckily, I had a back-up plan (I guess I always do). I eventually presented the music all by myself... well, not ALL by myself. Tom Geisler and Shawn Sasser, two musicians from the USA I met through YouTube, where there even though they never flew down to South America.

Displayed on the back wall while I was at one corner playing on the spot, the presentation of “Pelennor” was the highlight of the night (out of three songs only). While performing, I was focused on my guitar parts. But when the song faded out and I didn't have to play anymore, I turned my gaze to the wall and saw Tom ending the tune with his military drum roll. It felt so... weirdly good.

Fran's music was presented as well. I had made summaries of two chapters from The Silmarilllion, the most magical thing I've ever read. He had a one-hour suite inspired by this amazing piece of literary work and wanted to play two out of the eighteen tracks that give form to his musical achievement: “Mereth Aderthad (The Feast of Reuniting)” and “Beren & Lúthien”, the ultimate classic. Even without Fran's presence that day, I took advantage of the projector and his audio files containing both musical pieces, and presented the summaries accompanied with suitable images for the audience to see, listen and read.

This was the night's set list:

1) Caras Galadhon (electric guitar by C)
2) The Battle of the Pelennor Fields (with an introduction playing “All Shall Fade”, Pippin's song, instrumentally).
3) Rivendell (a Rush song inspired by “The Fellowship of the Ring”, part one of the trilogy).
4) Mereth Aderthad
5) Beren & Lúthien

So another dream come true...

Let's say my task was done, and yet I was still a member of A.T.A. and Formendor. I still am to this day. Thanks to this continuity I can talk about this particular Saturday, the one to which I can finally come back. Ha, ha!

So I grabbed my bicycle, a modified blue Delta Bike to suit my body and posture, and rode all the way to San Isidro (7 kms) on a day treated with “delicious weather”, as I like to describe it: sunny and yet bearable, with mild winds to fresh you up while exercising.

It was the second meeting after FFest so we were now not as active as we've been during the previous months, August, September and October. In fact, summer was drawing near so everything had a feeling of slowing down. We dedicated our time to just talk about life. However, I took the plunge and read a text of mine about Bilbo Baggins, a distinguished character in the history of Middle-earth. This was something I had written down on paper first and printed later, some months before this particular meeting was held. What had been holding me back for all those months was my lack of confidence about reading aloud at a public place. I thought it was high time so, before anyone else started with something new, I asked suddenly if I could do my part. I actually did and felt good about it. My reading was fluent and steady, and finally my thoughts on Bilbo were shared “live” with other like-minded people.

When Formendor meetings come to an end, I usually go back home by taking the same street I ride to reach Kick-Off. The other members walk seven blocks more-or-less in order to reach the train station or bus stops, which both things are close to one of the city´s main avenues. This time I followed them and said goodbye at the railways because I had something else in mind than going straight home.

Some days prior to the December meeting I read a Facebook Status from Nacho Castillo, a contact I added in 2010 while we, Rush fans, were waiting for the band to come to Argentina for their first time ever. He cast his message inviting everyone to a Rock gig in the Florida neighborhood, city of Vicente López (same town in which I played at FFest). His band, Kernel Panic Trio, was meant to open the festival held at a public school.

When I realised that during the same day I was gonna be able to attend both, A.T.A. meeting and Nacho's performance, I designed kind of a travelling plan.

Florida isn't close to San Isidro, to be honest, but it's all part of the Northern Area of Buenos Aires so I took it as a nice opportunity to cover “long” distances (note the inverted commas).

Kick-Off is located within the huge infrastructure built for commercial purposes that's part of a touristic train called “Tren de la Costa” (Coast Train). So San Isidro's station -not the regular one but the touristic- is in fact huge, with several clothes stores, restaurants, an ice cream store, a cinema, a mini-market, a fountain and a stage where bands used to play live on weekends. The point is that, in order to reach Florida town, one must ride South-west if taking off from this railway station. People who live in the Northern Area of GBA are next to Río de la Plata, the widest river on Earth. It lies east of the province, what's next is the Atlantic Ocean, and further away, European countries like Portugal, Spain, the British Isles and the West coast of Africa, so as a bike rider I can only move North, South or West and anything in between.

To start with, I rode around one kilometer until reaching Márquez Avenue, a long piece of road that skirts San Isidro's racecourse. Here I turned right. When this place ends there's a roundabout to turn in any of the other directions or keep on moving West. Instead of reaching Panamericana Highway so early I preferred to turn south again and ride Sir Alexsander Fleming Avenue and skirt a golf course now. This one is located six blocks before the always crowded and noisy highway, a better path to choose. At the next roundabout I usually start zig-zagging, West-South-West-South-West-South, knowing that I won't pass by my destination because of a neat calculation that has come with years of bike rides in this whole area.

After several minutes of riding under this method I finally reached Panamericana. This section of the highway is far away from the stretch I rode with Cristian, Juani and Ciri in January, 2011 (see “The Tale of the Great Journey”). There's no sidewalk, just lanes, either for heavy or fast traffic. So I crossed it through one of the many bridges, being them stretches of streets that lead into Panamericana and continue once the highway is crossed.

I took the parallel street by turning left (South again). Now it was all about being patient as there were several bridges to pass by before reaching the public school. The last of these was Melo Street. I was familiar with it only because I once took my brother to his friend's house when he was younger. This kid, now a young man, used to live nearby and the bus that we had to take always stops there.

Fortunately, during the meeting I had brought up that I was going to attend a live gig in Vicente López after wrapping up. Thanks to this action I saved myself from riding extra kilometers with no need. Ana, the only girl at the meeting, said she had been a student at that same school. The reference point I had was a new mall called DOT. I already knew where that was but Ana said it wasn't actually near the place I had to go to. She told me I must turn right at Melo, and that was like two kilometres before the mall. When I reached the corner created thanks to the combination of Melo Street and Panamericana's parallel road, I stopped and looked yonder South-east and was able to see from afar the big sign which read “DOT.” God, then I understood the reference attached to Nacho´s message as it was surely aimed for people who were from other areas. But I was glad I didn´t have to cover that unnecessary distance after all.

So I turned right again (yes, I know, West-South-West-South-West-South...) and kept on pedalling until I crossed a new railway, too far away from the one my Formendor partners use. Around six blocks were covered and Estanislao del Campo, the last street I had to find, never crossed over Melo. That´s why I asked a guy who was sitting at the entrance of a fruit and vegetables store if he knew where the street was. “You skipped it. It´s the second after Panamericana”. Then I realized my mistake: the road when downhill for all those blocks until reaching the railway crossing so I pleasantly let myself go without paying attention to the names of the first couple of streets. I checked the time and learnt the show wasn´t about to start yet so I went to a gas station and got myself something to eat and drink.

Once I unchained the bike from the street pole I had chosen, I came back the same way. I hadn't any trouble in finding Estanislao del Campo now. The school was right there at the corner and some youngsters were hanging out at its entrance.

Now when this is the scenario I tend to feel uncomfortable, that's if I'm all alone. I'd stand with the bike at my side in silence while others who evidently know each other are there making small talk and laughing together. But after a few minutes had passed, one of them came closer.

“Claudio?”
“Yes”.
“I´m Nacho, how are you?”
“Oh, Nacho. Hi! I´m fine, thanks”.
“Hey, thanks for coming to see us”, he said, quite surprised.
“No problem. So far, it´s been a nice ride”, I said. “When does the event begin?” I asked.
“We´re waiting for the keys keeper to arrive” he said, complaining a bit. Then he came back to his group of friends, mostly members of the bands that were going to play beside Kernel Panic.

Not before long a car pulled up right in front of the group of people. The only thing I got a glimpse of was a hand coming out of the back seat open window with keys to be delivered to one of the musicians. After the car left, the school gate was opened so everyone who had been awaiting entered. I didn´t know what to do with the bike. I figured I could take it with me and leave it at the entrance, chained to the side gate. Eventually I placed it inside the very hall where the music was gonna be performed. No one complained so I went ahead. There was one single chair at the right side of this vast space. I didn´t hesitate in taking advantage of it. I moved it to the back of the hall, the bike placed behind me.

I had nothing to do until the beginning of the show. I just sat on the chair, resting my exercised legs a bit. While waiting, it occured to me that a source of entertainment that has always worked was to take my copy-book out of my bag and check some things that were written in there. Throughout 2011 I made use of this green copy-book with several purposes. I originally bought it to write ideas down for a fictional story I've been working on for years (the end is way too far from sight). But when I took an unconscious break from it, the copy-book kept on being useful but in a much more versatile way. I'd write things down like “Go to the CD store and ask for that album you were planning on buying” or “Send a message to the drummer whom you started working with”. If I felt like expressing a feeling with written words, then I´d rely on those sheets of paper too. If there was a particular melody line that I didn´t want to play any differently later, I'd make a quick transcription in there, just not to improvise something new out of that stated musical composition. Not only works while waiting for a performance of any kind to start, but also (and especially) when travelling by train (I don't mention the bus because I hardly ever get on one, but it could perfectly apply).

Kernel Panic Trio reminded me of... well, me and my former band. It had a lot to do with the approach I used to have with Gogui and Nico a few years ago: a guitar player singing plus the rhythm section of bass and drums. As raw as it can get, full of rocking guts.

They played some classic songs plus a few originals (the set list was pretty short). Even though the sound wasn´t the best because school halls tend to reverberate a lot, I felt great about their performance as I found fulfilling the fact that these classics were being played with such inspiring energy. The sound was being given shape by young people, even younger than me and I´m only twenty-three. I guess that contributed to the positive way in which I reacted towards what they had to offer.

The set list, the way I remember it though:

1) YYZ (Rush)
2) Kind of a psychedelic, bluesy song that rang the bell, but not enough to get the name. Maybe I'd never known it.
3) The Chicken (Jaco Pastorius)
4) One of their originals (the serious one)

Encore:

1) Purple Haze (The Jimi Hendrix Experience)
2) The other original (not the serious one. Nacho explained that “the ones who already know it were going to enjoy it. The rest was going to have a bad time.” Ha, ha!).

Their part was done and background music came out of the speakers. “Pull Me Under” by Dream Theater continued until its ending (it had started before Kernel Panic´s presentation and was paused when the band was already onstage). I waited for Nacho to come into the hall to congratulate him but he wouldn't reappear. It was getting late and the road to Tigre was quite long. I figured I could write on his Facebook Wall from home, but it would´ve been nice to have a chance to chat a bit more before taking off.

As planned, the pending conversation was established in virtual form.

To me, this Saturday symbolises communication and its virtues. Whether it is for real or virtually, or maybe even both working together as in this case, there´s a chance to meet people that´s worth interacting with. The promise of feedback between one and the other and the things that can be achieved because of it makes one realize that, responsibly and respectfully, communication is the key to improve our lives as social beings.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Relato del Gran Viaje

Al terminar lo que fuera el viaje de Tigre a San Pedro en bicicleta, me dije a mí mismo que nunca más volvería a hacer algo semejante, que una sola vez es suficiente para saber de qué se trata. Sin lugar a dudas comencé muy entusiasmado, y quiénes mejor que mis amigos, Cristian, Juani y Ciri, como compañeros para embarcarse en este tipo de aventura sobre ruedas.

Muchas cosas se manifiestan de esta manera, en especial los acontecimientos que uno considera grandes. Sólo la simple idea genera entusiasmo, el cual es alimentado con el correr de los días hasta satisfacerse al convertirse en realidad cuando llega el mismísimo día de partida. Prepararse para una presentación en vivo es una analogía apta, ahora que lo pienso mejor. Pero me da mucha gracia recordar la madrugada del siete de enero de 2011 cuando después de unas pocas horas de descanso en casa de Ciri y Juani (hermanos), Cristian me confirma con una pregunta casi retórica una inquietud que había comenzado a surgir dentro mío, como si fuese capaz de descifrar mis nervios con tan solo mirarme: “Claudio, te darás cuenta de lo que te espera ¿no?” Riéndome, le contesté: “Podés estar seguro que lo estoy empezando a sentir”.

Fue mientras tomaba mi té junto a él y los hermanos Medina cuando terminé de comprender la magnitud de lo que estaba a punto de llevarse a cabo; unos últimos preparativos y todo estaría listo para poder partir ¿Hacia dónde? tenía respuesta. Hacia qué fin, no lo sabía, pero cuanto antes partiésemos, mejor para esta mente más que inquieta.

A las cuatro y veinte de la mañana comenzamos a pedalear hacia Santa María, la avenida principal de Rincón, ciudad perteneciente al partido de Tigre, de donde los cuatro venimos. A pesar del calor de la época (diciembre, enero y febrero son meses de verano en el hemisferio Sur), a esas tempranas horas el fresco estaba muy presente. Por otro lado, la avenida estaba vacía y silenciosa excepto por nosotros y nuestras cadenas en movimiento. Ni siquiera habíamos llegado al puente Guazunambí (apenas un kilómetro o incluso un poco menos de nuestro punto de partida) cuando Ciri, que estaba más cerca de mí que los otros dos, me hizo saber que había olvidado de poner mi botella de agua congelada en su respectivo soporte atornillado al cuadro de mi bicicleta. “¡Uy, no puede ser!” exclamé. Lo peor de todo es que durante los preparativos me había mantenido muy atento a quitarla del congelador antes de salir. Para ser honesto, ya lo había hecho, pero fui lo suficientemente terco y paranoico como para volver a guardarla y dejarla “sobrecongelándose”; el precio por ser obsesivo, aunque las verdaderas consecuencias tendrían lugar horas más tarde.

De más está decir que no existía chance alguna de regresar. No es que hubiéramos cubierto una distancia abismal todavía, pero sí lo suficiente como para entender que el viaje había comenzado, nuestro enfoque ya era distinto al de las risas nerviosas de minutos atrás, había tomado seriedad así que simplemente no se podía pensar en dar la vuelta, y menos por una botella de agua sabiendo que ya había otras disponibles.

El resto del viaje nocturno no tuvo mucho más para destacar, aunque recuerdo mi actitud positiva y un comentario que Cristian le hizo a Juani y Ciri mientras me mantuve a la cabecera del grupo por varios minutos: “Si este tipo mantiene ese ritmo entonces nos va a hacer llegar para el mediodía”. Ese tipo de cosas definitivamente alimentan las ganas de seguir, y realmente son necesarias en ocasiones así.

Los caminos eran regulares, calles asfaltadas de ancho promedio en una zona residencial, con angostas veredas bordeadas de árboles pequeños. Así se mantuvo el panorama por menos de una hora hasta que desembocamos en la autopista Panamericana, según el registro que armé para organizar este relato, la fase #2 de nuestra travesía.
Fase #2:

Por varios kilómetros transitamos la banquina de la autopista. Se había hablado de tomar el ramal que la costeaba por motivos de seguridad, pero de haber seguido con ese plan tiempo preciado se hubiese perdido. Los vehículos iban a gran velocidad, no cabía la menor duda, pero afortunadamente lejos de nuestro “carril”, así que el peligro no era inminente. Sí había que tener cuidado al toparse con las salidas. Era imprescindible desacelerar y ver por sobre nuestros hombros en caso de que algún conductor tuviera la intención de abandonar la autopista en ese preciso instante.

Con el correr de los minutos la noche de a poco le daba lugar a una despejada mañana. El fresco de la madrugada se mantuvo intacto. Recuerdo lo dolorido que estaba cuando hicimos nuestra primera parada oficial en la primera estación de servicio en aparecer a mano derecha. Mi asiento de bicicleta no era el más adecuado para esta empresa ¡Ja ja!

Después de unos tragos de bebida rehidratante y un alfajor, volvimos a sentarnos en esos condenados sillines para así rodear la rotonda que se encontraba a metros nada más de la estación de servicio y retomar nuestro camino por Panamericana hacia el noroeste.

Fase #3:

Como podrán imaginar, mi memoria pudo recolectar muchas de las escenas que hicieron al viaje, pero claramente no todas. Una laguna se formó entre la segunda y tercera fases, en donde el sol matutino finalmente hizo su completa aparición. Hasta el día de hoy ésta es mi parte favorita.   

Desde que tengo memoria las mañanas siempre fueron de mi agrado. Cada vez que me levanto temprano siento que me hago un bien extra por el simple hecho de ir de la mano con el mismísimo día. La tranquilidad de la casa a la hora de preparar el desayuno con leche, jugo de naranjas, tostadas y galletitas o salir a caminar por calles en las que sólo se escucha el piar de decenas de pájaros en los árboles y sobre techos de casas, con la excepción del ocasional automóvil a distancia y tren arribando a la terminal, suman a la experiencia de no perderse esas preciadas horas del día, tal vez las mejores.

Con esto quiero decir que probablemente la fase #3 es la que más resuena en mí por haber sido parte de la mañana de aquel viernes. Pero vale la pena destacar que ella compartió tiempo y espacio con un panorama encantador: los primeros metros de zona rural, con largas extensiones de distintos tonos de verde perdiéndose en la distancia a mi derecha. De chico siempre fue una alegría alcanzar dichas zonas cuando la familia viajaba en automóvil o micro hacia los lugares para vacacionar. Con muy poca frecuencia uno es testigo directo de la visual que ofrece el campo siendo miembro activo de la sociedad urbana. Esta vez la sensación fue todavía más intensa ya que esos recuerdos afloraron ante el paisaje que mis ojos observaban. La diferencia era que yo estaba pedaleando ahora, y no moviéndome sin moverme dentro de un vehículo motorizado.

Digamos que todo convirgió durante este tramo porque además de la mañana y el campo mi cuerpo entero terminó de acostumbrarse al esfuerzo que la actividad demandaba y ahora respondía con fluidez y comodidad; una trinidad interactuando en perfecta armonía, podría decirse. No sería extraño si dejé escapar alguna interjección que demostrara mi grata sorpresa y buen humor. Si el viaje de algo valía, esta fase era razón suficiente.


Fase #4:

Por supuesto, zonas de esta índole se extienden por kilómetros y kilómetros. Pero vestigios de lo urbano todavía quedaban en la forma de estaciones de servicio. Es así que de tanto en tanto nos deteníamos a descansar y alimentarnos. Después de haber hecho paradas en varias estaciones, Cristian fue lo suficientemente sensato (y ciertamente severo, como de costumbre) al decir que no había necesidad de detenerse por cada estación que se cruzara por nuestro camino. Yo estuve de acuerdo con su argumento. Nos deteníamos simplemente porque sabíamos de la comodidad que nos esperaba en cada uno de esos puntos. Pero la idea era llegar a destino antes de que el día llegase a su fin, y detenerse constantemente no ayudaba.

A medida que avanzábamos notábamos que la brecha entre estación y estación se hacía cada vez más grande. Por lo tanto, al avistar un parador a mano derecha estuvimos de acuerdo en aprovecharlo.

Juani, Cristian y Ciri entraron al salón-comedor para comprar provisiones. Yo decidí esperar sentado afuera. Una chica que estaba lavando el piso de la entrada vio las bicicletas y me preguntó de dónde veníamos y hasta dónde teníamos pensado llegar. Le contesté que habíamos partido de Tigre a la madrugada para llegar, con suerte, a San Pedro para la tarde/noche. Al ella recordar a otro grupo de ciclistas, me advirtió que los móviles de seguridad vial estaban atentos a lo que ocurría en el camino. Ya sabíamos que en realidad no estaba permitido viajar en bicicleta por la banquina de una ruta, que para ello estaba la calle lateral metros más abajo. La decisión de haber tomado la banquina no fue por rebeldía sin causa sino por la misma razón que horas antes había hecho que tomáramos la autopista directamente y no su ramal costero. La chica, evidentemente lugareña y atenta, me hizo un gesto con la mirada mostrándome cómo el móvil estaba aparcado entre los árboles al costado del camino, aparentemente en tiempo de descanso. Lo tuve en cuenta para cuando los cuatro retomáramos el viaje.

Será que en verdad los oficiales estaban en tiempo de receso (de ser así debo decir que se lo estaban tomando muy en serio), o tal vez nunca se percataron de nuestra presencia. La cuestión es que sencillamente no nos molestaron cuando retomamos el trayecto por la banquina. Yo, de todos modos, era partidario de no hacerlo. Al ser el menos dado a la aventura traté de respetar las leyes de tránsito la mayor cantidad de veces posible, no por miedo a la velocidad que toman los vehículos allí, de ser así nunca hubiese pedaleado ni siquiera por Panamericana. Pero al igual que la sociedad en la que vivo, nosotros, sin establecerlo formalmente, fuimos una democracia, y tres fueron los votos a favor de hacer caso omiso de la ley. Debo admitir que me alegra saber que ésa fue finalmente la decisión tomada. Una vez más este trío demostró tener lo necesario para afrontar este tipo de travesía: sensatez y agallas.

Fase #5:

La mañana se rezagaba y el mediodía avanzaba, y con él, la intensidad del sol sin nube alguna que lo cubriera. Nuestro ritmo era estable, el calor no era suficiente como para amilanarse. Poco a poco los alrededores empezaban a hacerse monótonos. Pero a pesar de la poca variedad visual que las zonas rurales ofrecen por naturaleza, el panorama era estimulante en cierta medida.

Cristian, al divisar la fábrica de la empresa Toyota, nos pidió detenernos a pensar en la opción de hacerle una rápida visita. Se había anotado como candidato a empleado semanas antes y esperaba el llamado de algún superior para saber si había sido seleccionado o no. Al encontrarnos a cinco cuadras supusimos que no sería un verdadero inconveniente. Pero en definitiva sólo paramos a un costado, tomamos algunas fotografías, descansamos y volvimos al ruedo en menos de media hora.

Exactamente a las doce del mediodía llegamos a Lima, una ciudad de paso. Nuevamente nos detuvimos en una de las esquinas, amplia con césped y un gran árbol en donde apoyamos las bicicletas y nos sentamos a almorzar. Juani había preparado sándwiches de pollo el día anterior. Bienvenidos fueron, especialmente por ellos tres que son de tener buen apetito. Tomé la poco sabia decisión de no comer tanto como debí haber hecho. A pesar de la exigencia del ejercicio, no tenía mucha hambre.

Un perro se acercó al grupo con cautela pero sin timidez. Recuerdo su cara de bueno y me pareció bien darle algún bocado de mi vianda. Honestamente no puedo asegurar si al final lo hice o no. Más que consideración por el animal (que por cierto no mostraba signos de desnutrición) debía de tenerla por nosotros como grupo, y la comida era algo fundamental que preservar y aprovechar al máximo; no tardó mucho en irse de ahí.

La digestión ya estaba hecha, así que era hora de regresar a la ruta...supuestamente. Pero no, Cristian, Juani y Ciri se recostaron en la lona que extendieron sobre el césped y se echaron a dormir. Mientras descansaban, aproveché para escuchar un poco de música. Con auriculares puestos, apoyé mi espalda contra el tronco del árbol y me dejé llevar por la selección de temas que tenía cargada en mi reproductor mp3, lo que a la larga me llevó a cerrar los ojos plácidamente.

No habrían pasado muchos minutos antes de que los volviese a abrir. Linda sorpresa me llevé al ver al perro de regreso y una bolsa de plástico vacía y rota ante su hocico. Tampoco pasó mucho más tiempo hasta que mis tres compañeros se despertaron, sólo para enterarse de las malas noticias (realmente lo eran). Por supuesto, la culpa recayó en mí. “¿Dejaste que el perro se comiera los tres sándwiches que quedaban?” dijo Cristian con su habitual enojo regulado. “No a propósito” repuse. “Ese animal se había ido, que yo sepa. Es más vivo de lo que uno cree”. Juani y Ciri tienen una manera de ser más apacible. No me cabe la menor duda de que les molestó lo ocurrido, al igual que a Cristian, pero al ser éste el primero en enojarse no sumaron más de su propia parte y se mentalizaron de inmediato en seguir sin perder más tiempo, como acostumbran hacer ante cualquier tipo de inconveniente.

Antes de continuar aprovechamos una canilla con agua corriente en la parte trasera del  parador que se encontraba en la esquina donde descansamos para rellenar las botellas vacías y empaparnos con la intención de contrarrestar el calor del sol en su cénit.
“¿Cómo lo ves hasta ahora?” me preguntó Juani poniéndose su gorra nuevamente. “No tan tortuoso como lo pintaban” le respondí. “Porque no llegó la parte difícil” amenazó. Él había hecho dos viajes mucho más intensos que el que estábamos haciendo juntos ahora, pero ninguno de ellos pasó por este camino, así que su deducción se basó probablemente en una fuerte intuición de ciclista y, como se comprobaría luego, más que acertada.

Fase #6:

Al partir de Lima no tardamos mucho en divisar una nueva estación de servicio a dos manos. Habrán sido muy pocos los kilómetros recorridos desde el descanso previo pero aun así quise hacer una nueva parada. Pude escuchar la queja de Cristian viniendo desde atrás pero le hice oídos sordos. A esta altura cierto hartazgo, siendo yo poco consciente del mismo, comenzaba a apoderarse de mi estado de ánimo.

Mi intención era comprar una botella de agua bien fría (que resultó ser gasificada) y regresar al ruedo inmediatamente. Más allá de las quejas vale dejar asentado que esos cinco minutos que yo suponía invertir pasaron a ser treinta, y no porque yo lo haya pedido. Incluso traté de apurarlos un poco, pero no estaba en condiciones de presionar. No quería que me recriminaran el hecho de habernos detenido tan pronto una vez más. Lo bueno es que esta parada se aprovechó bien porque, estacionadas en el pasamano del pasillo que llevaba a los baños de la estación, nuestras bicicletas fueron dignamente fotografiadas, una por una.

Aproximadamente a la una de la tarde seguimos pedaleando...y pedaleando...y pedaleando... Probablemente lo más difícil en este tipo de viajes no sea la exigencia física, si uno se encuentra dentro de todo en forma y se acostumbra al ritmo requerido. Ahora bien, el lado psicológico es otra cosa completamente distinta. Acostumbrados a tener una estación de servicio de tanto en tanto no había verdaderas razones como para quejarse. Ni siquiera se había pinchado la rueda de nadie hasta ahora, lo que hubiese justificado al menos un insulto al éter. Pero durante todo este tramo las estaciones y paradores fueron inexistentes. Lo único ante nuestros ojos, en cualquier dirección, eran hectáreas y hectáreas de campo. Uno veía a distancia y siempre parecía distinguir una curva que daba esperanza de cambio en algún momento. Pero dicha curva nunca terminaba de aparecer. Parecía una ilusión óptica que se jactaba de su astucia a la hora de burlarse de nosotros. No habría que olvidarse de sumar la escasez de agua y su falta de frescura a causa del sol in-interrumpido ¿Recuerdan esa bendita botella de agua helada olvidada en casa de Juani? Bueno, acá es donde terminé de odiarme ¡Ja, ja!

La lógica nos decía que a falta de lugares apropiados para detenerse, lo único que nos quedaba por hacer era continuar para ganar tiempo. Pero, claro está, hacer paradas de vez en cuando en esta zona no era algo que tuviésemos que pasar por alto, más allá de la falta de lugares cómodos. De hecho, era crucial sentarse bajo un árbol y cubrirse de la luz solar por unos diez minutos. No venía nada mal, ¿verdad?

Lo preocupante era la escasez de alimento (¡Bien hecho, perro de Lima!). Sólo nos hidratábamos con el agua que restaba de una botella de gaseosa y de la de Juani, una ideal para levar en el cuadro de la bici... ¡como la mía!

Finalmente, después de varias horas de sobrellevar esta situación, vimos a mano contraria una especie de estancia privada, con una vistosa tranquera y una garita de seguridad a su lado. Un gran cartel al costado de la ruta indicaba el nombre del lugar: Los Querandíes.

Los chicos decidieron cruzar y probar suerte preguntándole a uno de los guardias de seguridad que suponíamos estarían de turno encargándose de la entrada y salida de personas al lugar si pudiesen rellenar nuestra única botella vacía, que originalmente había estado llena de jugo de pera.

Con unos ademanes y suposición obvia de uno de los guardias, éste nos recibió y escuchó nuestra historia. Conociendo nuestro cometido no dudó en darnos agua fría del cargador del que disponían ¡Gracias al cielo! Como apuntó Cristian después de que todos nos re-hidratáramos: “Díganme si no fue el trago de agua que más hayan disfrutado alguna vez”.

Después de satisfacer esa fuerte necesidad de ingerir líquido fresco aprovechamos para preguntarle al guardia qué tanto más debíamos de continuar hasta alcanzar la próxima estación de servicio. “Habrán unos diez kilómetros desde Los Querandíes”. Diez kilómetros...al menos ahora teníamos una referencia, algo que calmara un poco la ansiedad de mentes que ignoraban tanto distancia como ubicación exacta.

Nada cambió durante el tramo que le siguió a esta parada inesperada. En todo caso, casi nada lo hizo: el agua conseguida a la entrada de la estancia influyó positivamente...hasta que se agotó. En una ruta y sin marcador de kilómetros recorridos es difícil calcular las distancias con exactitud, de ahí el valor que yo particularmente le di al dato que el guardia había compartido con nosotros minutos antes. Igualmente, diez, quince o veinte kilómetros no hacían la diferencia para mí. Lo que me ayudó a mantener la serenidad fue el hecho de saber que no había nada más por hacer, tan sólo pedalear y mantener un buen ritmo sin esperar por ningún posible oasis. Si lo había, ya aparecería, si no, ya estaba bien mentalizado.

No fue un parador ni estación de servicio lo que nos llamó la atención más adelante, pero oasis en fin: una estación de policía...a mano contraria (¡por favor, un poco de consideración!). Cualquier excusa era bienvenida a esta altura. Yo pensaba que lo mejor habría sido hacer un sacrificio y pasarla de largo, así no nos arriesgaríamos a ser obligados a abandonar la marcha, recordando el móvil de seguridad vial y a la chica que me advirtió de los encargados de multar a quienes desobedecieran las leyes de tránsito. Pero definitivamente la posibilidad de más agua pudo contra cualquier capacidad de razonamiento (bien por el lado instintivo del ser humano).

A diferencia de los porteros en Los Querandíes, estos policías tardaron más en recibirnos. No llegaron a ser descorteces pero tampoco fueron tan amables como los de algunos kilómetros atrás. Un uniformado de cabello corto y rubio nos permitió adentrarnos hasta el final del pequeño patio en donde los autos de patrulla eran estacionados. En la esquina formada por la entrada al cuartel principal a la derecha y una pared separadora de frente, una manguera colgaba del caño de agua corriente al cual estaba conectada.

Nuestra discreción a la hora de saciar la sed fue nula, debo ser sincero. Una vez frente a la canilla abierta habré pasado un minuto entero o más bebiendo y remojándome la cabeza, permitiendo también que mi remera se mojara casi por completo. Juani terminó empapado de pies a cabeza y el grueso cabello de Ciri tomó una cierta forma de cresta “Punk” después de dejar caer el agua sobre su cabeza y pasar sus manos de adelante hacia atrás por la misma. Mientras era el turno de Cristian me dediqué a recuperar mi aliento sentado con la espalda apoyada en una de las paredes.

Estábamos preparando las ocho ruedas con sus respectivos cargamentos en la puerta de la estación cuando el oficial que nos había dado permiso para hacer uso del agua reapareció, con mejor predisposición para socializar esta vez. Sin sorprender a ninguno, preguntó por nuestro destino. Al responder “San Pedro” nos afirmó lo lejos que nos encontrábamos de ahí todavía. Lo bueno es que para la próxima estación de servicio faltaba menos, si tenemos en cuenta lo recorrido desde el último punto de partida hasta donde nos encontrábamos en ese instante. De todas maneras nadie pudo contener las ganas de preguntarle a alguien más acerca de la próxima estación en dirección noroeste: “Y...habrán unos quince kilómetros desde acá. Están en el núcleo de la zona rural que forma parte del camino al noroeste de Buenos Aires”. “¡No! ¿Cómo puede ser?” Fue nuestra reacción inmediata. “Algunos kilómetros atrás nos dijeron que nos faltaban diez kilómetros. Daba la sensación de que nos estábamos acercando ya, ¡pero ahora se extiende todavía más de lo esperado!”. Noticias desalentadoras si las hay ¿Pero qué otra cosa puede uno hacer ante ellas? Una gran distancia había sido cubierta y volver sería igual de exigente, aunque peor para nuestra autoestima sabiendo que todo el proyecto se convertiría en un fracaso. Por ende, subir en dirección norte con inclinación hacia el oeste fue lo que consideramos la única opción.

“Habrá que aceptarlo. Cuanto antes sea, mejor” pensé con seriedad.

Con una recomendación del hombre de azul previniéndonos de las “chicas bravas” de San Pedro, tomamos el camino peatonal ligeramente empedrado hasta encontrar un punto cómodo por el cual cruzar y retomar la banquina a mano derecha. Por supuesto, la policía no pareció tener ninguna objeción en cuanto a nuestra manera de viajar poco convencional.

Fase #7:

Cada uno tiene su propia velocidad, eso es un hecho. Pero los ritmos de cada quien pueden ir variando por etapas. Por momentos, Cristian y Juani aceleraban repentinamente y nos sacaban a Ciri y a mí una gran ventaja. Estoy muy seguro que, de desearlo, Ciri podía alcanzarlos sin ningún problema; se moderaba para que yo no quedara tan atrás y solo. Nunca pensé que ser el menos veloz fuese una razón para sentirse poco orgulloso de mí mismo. Bastante bien estaba sobrellevando un viaje en el que sin lugar a dudas estaba superando mis propios límites físico-mentales más allá de toda expectativa. Pero desde que dejamos la estación de policía, mis fuerzas parecieron ir desvaneciéndose a cada minuto. Hubo un momento en el que vi a Ciri, que generalmente ocupaba la tercera posición, como una figura distante, apenas visible y lejos del alcance de mi voz.

Pudo haber habido una fiebre de compra de celulares hace algunos años, pero nunca me interesé en obtener uno. Es así que ahora no tenía manera de contactar a ninguno de los tres en caso de quedarme muy atrás...y eso fue exactamente lo que ocurrió. Me preguntaba qué era lo que andaba mal ¿Cómo podría estar tan agotado? A pesar de sonar a pregunta retórica, tenía posibles respuestas: el calor agobiante, todos los kilómetros recorridos, la falta de costumbre al llevar el peso del equipaje sobre la rueda trasera, etc. Pero fue durante esa soledad de preguntas frustrantes cuando el tema de la autoestima me afectó de lleno: me sentía un fiasco, rezagado a pesar de toda la voluntad puesta en acelerar y reunirme con el trío que quién sabe dónde estaría ya. Pero una vez más, esa bendita pregunta que horas antes me ayudara a decidir, ocupó mi cabeza: ¿Qué otra cosa se puede hacer? Regresar a la estación de policía era una opción, aunque el lugar ya no se encontrara tan pronto. Detenerse hubiese llegado a ser peligroso inclusive, sin alimento y/o bebida y quién sabe cuándo retomaría la marcha, y por cuánto tiempo más también. La tercera opción (y finalmente la elegida) resultó ser (qué extraño) seguir pedaleando. “En algún momento algo aparecerá” pensé.

Mi andar pasó a ser un reflejo al cien por ciento, apenas era consciente de ello o de cualquier otra cosa, por ejemplo, el tiempo que pasé avanzando hacia un propósito que ya se sentía lejano.

Toda esta zona se caracterizaba por tener puentes que cruzaban el camino en distintos puntos. Por fin, bajo uno de ellos, vi que mis compañeros me habían estado esperando a la sombra de las columnas que lo sostenían. No fue un “Hola”, “Qué bueno que hayas reaparecido” ni nada semejante lo que escuché como recibimiento, sólo lo siguiente de parte de Cristian: “Claudio, ¡tenés la rueda trasera pinchada!” Créanme, no había mejor manera de ser recibido. El saber que mi rueda se había pinchado respondió a la pregunta de porqué había estado yendo tan despacio sabiendo que con ese esfuerzo mi velocidad tendría que haber sido, lógicamente, mayor. Sin embargo, Cristian, Juani y Ciri nunca se percataron de mi repentina felicidad ya que no tenía fuerzas ni como para hacer una mueca de satisfacción. A decir verdad ellos estaban asombrados de mí por el éxito que tuve en continuar y llegar hasta donde lo había hecho teniendo una rueda pinchada.

Sentado al pie de la colina que se formaba entre la base y salida del puente, me quedé en silencio por un buen rato, solamente dedicándome a respirar con regularidad. Evidentemente los chicos comenzaron a dudar acerca de mi continuidad, por lo que palabras de aliento empezaron a salir de sus bocas: “No falta nada, Clau. Ya pasamos la mitad” dijo Juani. “Estás cansadísimo porque habrás hecho unos dos kilómetros y medio con una rueda en malas condiciones” opinó Ciri razonablemente. Y así otras cosas por el estilo. Pero lo que más me llegó fue el testimonio de Cristian, rememorando el viaje a Mar del Plata que él había hecho junto a los hermanos tan sólo seis meses atrás: “Ahora no ves la hora de llamar a alguien para que te venga a buscar en auto así te lleve a tu casa y una vez ahí te puedas echar a dormir en tu cama y olvidarte de todo. Pero creeme que cuando el cansancio pasa, te sentís horrible porque es ahí donde te das cuenta que pudiste haber seguido. Es lo que me pasó cuando abandoné la marcha en vacaciones de invierno”. Su sinceridad fue clave en la decisión que tomaría un rato más tarde, aunque no podía decir que lo entendía del todo porque no había abandonado ninguna marcha antes ¡De hecho nunca me había sometido a una travesía semejante! Pero su manera de hablar tuvo el impacto suficiente como para darme cuenta que todavía tenía resto para seguir. Eso sí, primero necesitaría un generoso descanso.

Caminando lentamente, me aproximé al portaequipaje de Juani y, abriendo uno de los bolsillos de su alforja, tomé una de las bolsas de dormir, la extendí sobre el desnivelado suelo, me metí dentro de la misma y no hice otra cosa más que reposar. No llegué a dormirme, pero me hizo muy bien simplemente el recostarme y cerrar los ojos por largos minutos. Los tres se dedicaron a reparar mi rueda pinchada durante mi descanso. Le di fin al ponerme de pie y desperezarme. Luego me acerqué a mi propio equipaje con la intención de sacar una camiseta de manga larga blanca de la mochila y guardar la que llevaba puesta, que era de manga corta.

Fue una grata sorpresa el enterarme que sí había alimento de reserva en una de las alforjas después de todo. Juani sacó un paquete de galletitas de agua y una lata de paté. Me senté para comer moderadamente varias de ellas untadas con aquella pasta. Al terminar me puse de pie y me dirigí otra vez hacia mi bicicleta...y la monté sin pensarlo dos veces. No hubo grandes preparativos a la hora de continuar, nada más les dije, estando en movimiento, que me adelantaría pero avanzando muy despacio, así me alcanzarían pronto y ganaríamos algo de todo el tiempo perdido. Bueno, no habría que considerarlo perdido. A decir verdad fue un momento crucial, el más importante de todo el viaje. Prefiero referirme a ese tiempo como invertido y no perdido, para ser más apropiados.

Fase #8:

A las seis de la tarde del siete de enero de 2011 escuché uno de los gritos más memorables que se hayan podido escuchar en una ruta alguna vez: “¡¡¡UNA PETRO!!!” exclamó Cristian a todo pulmón. Por supuesto, se estaba refiriendo a una estación de servicio de empresa brasilera ¡Ya era hora! Trescientos sesenta minutos habían pasado desde la última apenas partimos de esa esquina en la entrada de Lima. Pero ¡oh!, qué raro, ésta se encontraba a mano izquierda. Qué más da, la sensación de triunfo pudo más que cualquier percance de turno.

Bienvenido fue el fresco acondicionado dentro del mini-mercado cuando entré a comprar unos helados. Además de productos alimenticios Cristian, Juani y Ciri juntaron una mínima parte de su dinero para comprar una pelota de goma, ideal para patear en el camping que nos esperaba.

Después de tomar los helados y beber la gaseosa adquirida recientemente, agregamos la pelota al resto del equipaje y continuamos. Lo bueno fue que el sol por fin se había escondido tras unas nubes grises que no parecían albergar lluvia (o al menos queríamos convencernos de ello). Poco después de abandonar la estación, un nuevo inconveniente surgió al esta vez pincharse una de las ruedas de Juani, no recuerdo cuál de las dos fue. Siendo todo un experto en viajes largos se percató de la pinchadura rápidamente. Nos detuvimos en el césped que se encontraba entre la ruta y la salida del puente que acabábamos de cruzar. Allí bebimos parte del jugo preparado en la estación. Habíamos aprovechado la nueva botella de gaseosa, que para ese momento ya se había vaciado y rellenado con agua corriente. En menos de quince minutos montamos las bicicletas otra vez.

El camino se hizo más angosto en determinado momento, lo que hacía que pedalear fuese mucho más peligroso ya que los vehículos seguían apareciendo y su velocidad apenas disminuía. Los camiones eran los más alarmantes de todos, nos pasaban por el costado izquierdo con un margen de menos de un metro de distancia, y con ellos venía una intensa ráfaga de viento que desestabilizaba ligeramente nuestros manubrios. Fue allí cuando una indicación escrita en blanco sobre un cartel verde a la derecha del camino dio la gran noticia: “Usted ha llegado al partido de San Pedro”.

Fase #9:

Fue realmente una situación engañosa ésta de saber que se llegó a San Pedro antes de que el día terminara. Puede que hubiera un cartel indicándoles a los viajantes que se habían adentrado al partido pero para nosotros eso no implicaba el haber llegado a destino; nunca dijimos que armaríamos la carpa a un costado de la ruta a pocos metros de la indicación en cuestión. Todavía teníamos que alcanzar la zona de campamentos y, como experimenté luego, no estaba nada cerca.

Traté de concientizarme tal y como lo había hecho durante la plena tarde de aquel día. A pesar del intento, los frutos no fueron los mismos. Es decir, no abandoné la marcha ni nada por el estilo, pero mi mal humor llegó a transformarse en enojo. La experiencia se había convertido en una tarea ardua y no la estaba disfrutando. La luz en la oscuridad de este nuevo tramo fue un nuevo campo de grandes y verdes plantas extendiéndose infinitamente. Me dio un respiro de toda la amargura acumulada ya que me remontó al primer vistazo rural de la mañana, como dije anteriormente, mi parte favorita. Pero el camino tampoco parecía tener fin, al igual que la “curva” entre Lima y la estación de policía. Así que fue, como lo veo ahora, un equilibrado desenlace de mis estados de ánimo bipolares, uno durante a fase #3 y el otro durante las fases #6/#7, ambos desarrollándose simultáneamente en la última.

A un costado de este camino, después de cubrir varios exigentes kilómetros, avistamos un puesto de venta de alimentos regionales. Durante nuestra estadía en San Pedro no le pregunté a nadie si el durazno era la materia prima, pero me quedé con mi propia deducción de que sí lo era al ver que en cada verdulería y/o puesto de venta dentro del mismo camping lo más reconocible a simple vista era este fruto.

Los chicos compraron cuatro duraznos, uno para cada uno, pero preferí no comer el que me correspondía. Generalmente suele caerme mal el ingerir alimentos sólidos durante y/o después de tanta actividad física.

Poco a poco una nueva zona urbana comenzaba a reemplazar a los campos de plantaciones con su alumbrado público ya encendido (7:30 PM) y con tranquilas casas suburbanas con mucha mayor proximidad entre sí. Ciri nos hizo detenernos frente a una de éstas al ver a una señora que se encontraba sentada en una silla en el patio delantero de la misma. Quiso aprovechar su presencia inmediata para preguntarle si nos podía dar las últimas indicaciones necesarias para llegar a destino. La mujer, una vez al tanto del lugar al que apuntábamos, nos dio como punto de referencia otra estación de servicio, que se suponía aparecería después de doblar a la derecha en la siguiente esquina. Todo fue acertado: encontramos la estación rápidamente, incluso Cristian la aprovechó para comprar más provisiones e ir al baño. Pero ahora necesitábamos una nueva confirmación. Es así que Cristian le preguntó a un dúo que justo pasaba caminando si la pendiente que nos llevaría al paseo turístico, la última de todas las calles que debíamos transitar, se encontraba donde creíamos que estaba. Sus indicaciones nos terminaron de acomodar ya que al encontrar dicha pendiente sólo nos quedó bajarla y doblar hacia la izquierda para finalmente transitar el paseo.

Al parecer había una infinidad de recreos en los cuales pasar los próximos días, otro factor que no ayudaba a mi estado mental ya que cualquiera era el indicado para mí ¡Sólo quería detenerme de una vez por todas! Pero la balanza se volvió a estabilizar cuando un joven que pasó trotando en dirección opuesta nos gritó palabras alentadoras. “Bien ahí muchachos, haciendo ciclo-turismo”. Encontré muy alentador el hecho de que reconociera y apreciara lo que nos habíamos dispuesto a hacer. A mí particularmente me dio el último empujón para que unos quince minutos después viera la entrada del lugar que los chicos habían elegido para acampar.