martes, 6 de marzo de 2012

Más que tan sólo otro sábado...


... tampoco el día más grandioso de todos, pero lo biográfica y suficientemente interesante como para asentarlo en forma escrita.

Todos los segundos sábados de cada mes hay reuniones en Kick-Off, un bar de Rugby en San Isidro, al norte de Gran Buenos Aires. Estas reuniones son parte de las actividades que A.T.A. (Asociación Tolkien Argentina) organiza. Llegué a saber de esta institución gracias a una amiga virtual, la primera persona de la Red que conocí cara a cara tiempo después de que ambos halláramos cruzado caminos virtualmente en 2009: Odalis, alias: Éowyn Dernhelm. Nuestro amor por la obra de Tolkien hizo que nos conociéramos por medio de Elwing, una amiga suya de Alemania que compartió con ella mi primer video musical relacionado de algún modo con El Profe. Lo más loco de todo es que ella es originaria de Perú pero hace veinticuatro años que vive en Argentina, y sólo terminó visitando mi canal de You Tube, el de un argentino, por medio de Elwing, ciudadana de Alemania. Como algunos dicen, “El poder de la Internet”.

De ahí en más se trató de compartir cosas entre sí entablando conversaciones por medio de mensajería instantánea, viendo y comentándonos nuestros videos y cosas por el estilo. Durante una de las conversaciones le conté acerca de mi idea de tocar en vivo para una audiencia versada en asuntos Tolkien y le pregunté si conocía a alguien encargado de la organización de eventos de esta índole. Lo siguiente que se aparece como mensaje instantáneo es un enlace que lleva a la página oficial de A.T.A. Comencé a leer su contenido pero, al parecer, la asociación pertenecía al sur del país, de acuerdo a una publicidad promocionando uno de los eventos. De todos modos, en vez de apurarme a desechar el sitio, seguí buscando algo más. Y ese “más” a la larga apareció: Filiales. Con una generosa cantidad de excitación hice clic sobre esa palabra, rogando toparme con una filial en Zona Norte. Salta, Santa Fe, La Pampa... todas provincias por ahora. Mar del Plata, Capital Federal... acercándose. Sur, Este, Oeste... Norte. ¡Bingo! Después de volver a hacer clic en la deseada opción leí que la filial se reunía específicamente en San Isidro, lugar que he estado visitando más que nada en bicicleta desde que tengo catorce años. Era cómodo y cerca, por ende, el entusiasmo creció. Pero realmente no pude creer lo siguiente, la parte que hablaba de los encargados de dirigir esta filial (Formendor, que en la lengua élfica significa “Tierras del Norte”).  El director y secretario terminó siendo Nacho Cesio, un chico que conocí en 2006, el primer año como profesor de guitarra. Él se interesó en tomar clases después de que su hermana menor comenzara a aprender conmigo. Su hermana mayor era en ese entonces compañera mía en el secundario, así que ella fue en realidad el vínculo entre ellos dos y yo.

Mi asombro al leer el nombre de Nacho se vio potenciado con el primer recuerdo que tengo de él.
Fue durante la primera clase de guitarra (una de dos nada más. Descubrió que su verdadera pasión musical se inclinaba al piano).

Nos sentamos y comenzamos con algunos acordes y arpegios básicos. Hasta ahí, todo iba bien, como de costumbre. Era evidente que no tenía dificultades en aprender. Eso es siempre prometedor. Lo convencional sería continuar con algo un poco más difícil. Pero no se cómo me encontré hablando acerca de El Señor de los Anillos, del haber leído la trilogía aunque deseando comprenderla mejor, con más profundidad, unos veinte minutos después del comienzo de la lección. Sin saberlo, había activado lo que se convirtió en una charla de tres horas. Nacho era un atlas de la Tierra Media. Hablaba de cualquier cosa que tuviese que ver con Tolkien con pasión y asombrosa seguridad de su amplio conocimiento. Aun así las tres horas invertidas en hablar en vez de aprender guitarra no se trataron de ESDLA solamente sino también de nuestras vidas, nuestras personalidades y cómo solíamos ver al mundo que nos rodeaba en ese entonces y cómo nos manejábamos en él.

En algún punto, el teléfono sonó. Era Queti, la madre de Nacho, preocupada porque se suponía que su hijo regresaría a casa dos horas más temprano (eran las diez y veinte de la noche cuando llamó. La clase había sido acordada a las siete de la tarde). Eso obviamente le puso un fin razonable a la clase, eh, quiero decir, conversación. Lo volví a ver a la semana entrante para ahora sí una verdadera lección de guitarra. (Hubo unos minutos dedicados a charlar de todas maneras. No le haría daño a nadie). Después de eso lo habré visto dos o tres veces caminando por Tigre, pero sólo con un saludo pasajero y no con otra abundante dosis de Tierra Media, Elfos y Anillos.

Pero a la larga tuve otra dosis, cinco años más tarde. Siempre consideré esto como una de esas cosas que ocurren en la vida de uno, algo así como una inesperada conexión preliminar que debe ser y trascender por alguna razón.

El veintinueve de octubre de 2011 tuve finalmente la chance de tocar en vivo en un evento Tolkien: Formendor Fest (para ese entonces ya era socio de A.T.A.). El plan original era tocar durante la Jornada Tolkien del mismo año, la cual se había llevado a cabo semanas antes. Pero la organización fue muy problemática. Era un programa caótico y la Universidad de Lanús, establecimiento que serviría para que las actividades de aquella jornada tuvieran lugar, se encontraba en Zona Sur, el completo opuesto de donde vivo. Había que transportar un equipamiento considerable así que todas esas trabas lo dificultaron a tal punto que no se pudo hacer.

Para ese entonces me había involucrado en un proyecto colaborativo con Francisco Noguerias, un músico clásico argentino que conocí por medio del foro de A.T.A en Facebook. (De hecho fue Éowyn la que, una vez más, compartió conmigo este otro enlace de la asociación. Vale destacar que también estuvo presente esa noche de octubre. Apropiado, ¿no?). Él dirigiría una orquesta y yo tocaría guitarra eléctrica sobre este tipo de ensamble en canciones basadas en la obra de Tolkien, hasta una mía, “La batalla de los campos del Pelennor”. Desafortunadamente dos vagos ensayos probaron que no iba a funcionar. Los músicos no mostraron ni un poco de entusiasmo, ni siquiera compromiso. Así es como Fran y yo apuntamos directamente a FFest.

Al final Francisco se enfermó y no pudo concurrir al evento. Ya habíamos acordado reemplazar la orquesta con teclados tocados por él mismo, pero obviamente tampoco se dio de esta manera. Por suerte, yo tenía un plan de último recurso (creo que siempre lo tengo). Eventualmente presenté la música solo. Bueno, no completamente solo: Tom Geisler y Shawn Sasser, dos músicos estadounidenses que conocí virtualmente, estuvieron allí presentes sin tener que viajar a Sudamérica.

Proyectados ellos en la pared trasera mientras yo tocaba en vivo en una esquina, la presentación de “Pelennor” fue la joya de la noche (una de tres canciones nada más). Al momento de tocar me limité a concentrarme en las partes de guitarra que me correspondían. Pero cuando la canción comenzó a fundirse gradualmente y yo ya no tenía que tocar, desvié mi mirada hacia la pared y vi a Tom finalizando el tema con su redoble militar. Se sintió tan... extrañamente bien.

La música de Francisco también fue presentada. Semanas antes yo había trabajado en el resumen de dos capítulos de El Silmarillion, lo más mágico que haya leído alguna vez. Él tenía compuesta una suite de aproximadamente una hora inspirada en este sorprendente trabajo literario y quería tocar dos de las dieciocho piezas que hacen en su totalidad su logro musical: “Mereth Athertad, La Fiesta de la Reunión” y “Beren & Lúthien”, el clásico por excelencia. Incluso sin la presencia del creador  aproveché el proyector y los archivos de audio que le había pedido, los que contenían estas dos piezas en particular, y compartí los resúmenes acompañados de imágenes indicadas para que, en definitiva, la audiencia pudiese ver, escuchar y leer.

He aquí las canciones que hicieron a la presentación músico-literaria de Formendor Fest:

1) Caras Galadhon (guitarra eléctrica por C).
2) La batalla de los campos del Pelennor (con “All Shall Fade”, canción de Pippin, como introducción).
3) Rivendell (canción de Rush, inspirada en parte de “La Comunidad del Anillo”, volumen #1 de la trilogía).
4) Mereth Athertad
5) Beren & Lúthien

Otro sueño hecho realidad...

Digamos que mi tarea estaba hecha, pero seguía siendo socio de A.T.A. y Formendor. Lo sigo siendo hasta el día de hoy. Gracias a esta continuidad puedo hablar de este sábado tan particular, al que por fin puedo regresar. ¡Ja, ja!

Partí de casa montado en mi bicicleta azul “Delta Bike”, a la que se le hicieron ciertas modificaciones para adaptarla a mi cuerpo y así poder pedalear con mayor rendimiento y comodidad. Me dirigí a San Isidro (7 kms) en un hermoso día de clima primaveral, soleado y a la vez soportable, con suaves vientos que lo refrescan a uno al mismo tiempo que se ejercita.

Me esperaba la segunda reunión después de Formendor Fest. Al no tener futuros eventos que organizar no estábamos tan activos como durante los meses previos, Agosto, Septiembre y Octubre. De hecho, el verano en Sudamérica estaba pronto, lo que hace que todo se torne más pasivo, hasta lento diría. Dedicamos nuestro tiempo simplemente a charlar sobre la vida. De todos modos me animé a dar una charla sobre Bilbo Bolsón, un distinguido personaje en la historia de la Tierra Media. Esto era algo que había escrito en un borrador primero e impreso luego, varios meses antes de que la reunión de diciembre se llevara a cabo. Lo que me impedía dar la charla era mi falta de confianza en leer en voz alta estando en un lugar público. Pensé que ya era hora de sacarme la vergüenza así que de repente pregunté si podía hacerlo, antes de que alguien más comenzara con otro tema. Terminé dándola y me sentí bien por ello. Mi lectura fue fluida y pausada, y por fin pude compartir “en vivo” mis pensamientos acerca de Bilbo con personas afines.

Cuando las reuniones “formendoreanas” llegan a su fin, suelo volver a casa por el mismo camino que utilizo para llegar a Kick-Off. Los otros socios caminan más o menos siete cuadras hacia la estación de tren o paradas de colectivo, las cuales se encuentran cerca y sobre una de las avenidas principales de la ciudad. En esta ocasión los acompañé y saludé en las vías porque tenía otra cosa en mente más que regresar directamente a casa.

Algunos días previos a la reunión leí un Estado de Facebook de Nacho Castillo, un contacto que había agregado en 2010 cuando nosotros, seguidores de Rush, esperábamos la primera llegada de la banda a Argentina. Envió un mensaje general invitando a sus contactos a un festival de bandas que tendría lugar en el barrio Florida de Vicente López, el mismo barrio en donde FFest se había llevado a cabo. Su banda, Kernel Panic Trío, iba a abrir el festival a realizarse en una escuela pública.

Cuando me di cuenta que a lo largo del día podría ir tanto a la reunión de Smial (así se les llaman) como a la presentación de Nacho, tracé algo así como un plan de viaje.

Para ser honesto, Florida no queda cerca de San Isidro, pero ambos lugares pertenecen a la Zona Norte de GBA así que lo tomé como una posibilidad de cubrir “largas” distancias (nótense las comillas).
Kick-Off está localizado dentro de la inmensa infraestructura construida con propósitos comerciales que es parte de un tren turístico conocido como Tren de la Costa. Por lo tanto, la estación de San Isidro, no la regular sino la turística, es en realidad muy grande, con abundantes tiendas de ropa, restaurantes, una heladería, un cine, un mini-mercado, una fuente y un escenario en el cual solían tocar bandas en vivo los fines de semana. La cuestión es que para llegar al barrio Florida hay que dirigirse al sudoeste si el punto de partida es la estación del Tren de la Costa de San Isidro. Las personas de Zona Norte están próximas al Río de la Plata, el más ancho del mundo. Está al oeste de la provincia, lo que le sigue es el Océano Atlántico y más allá, países europeos como Portugal, España, las Islas Británicas y la costa oeste de África, así que como ciclista sólo puedo moverme hacia el norte, sur u oeste y todo entremedio.

Para empezar, pedaleé alrededor de un kilómetro hasta alcanzar la avenida Márquez, un largo tramo recto que bordea al hipódromo de San Isidro. Aquí doblé a la derecha. Cuando este lugar termina hay una rotonda para cambiar a cualquiera de las demás direcciones o seguir hacia el oeste en línea recta. En vez de elegir la segunda opción y así acabar en la autopista Panamericana tan pronto preferí girar hacia el sur otra vez (izquierda) y transitar por Avenida Sir Alexsander Fleming, ahora costeando un campo de golf. Se encuentra a seis cuadras de la siempre ruidosa y atolondrada autopista, un mejor camino para seguir. En la siguiente rotonda es cuando usualmente comienzo a moverme en zig-zag, oeste-sur-oeste-sur-oeste-sur, sabiendo que no voy a pasar mi destino de largo gracias a un preciso cálculo que se ha gestado con años de visitar toda esta área.

Después de muchos minutos de avance bajo este método, finalmente desemboqué en Panamericana. Esta sección de la autopista está lejos del tramo cubierto junto a Cristian, Juani y Ciri en enero de 2011 (véase “Relato del Gran Viaje”). Aquí no hay banquina alguna, sólo carriles ya sea tanto para tránsito pesado como rápido. Lo que hice fue cruzarla transversalmente por medio de uno de los tantos puentes que no son más que extensiones de calle que llegan hasta la autopista y continúan una vez cruzada la misma.

Tomé el ramal costero al doblar a la izquierda (sur otra vez). Ahora restaba ser paciente ya que había muchos puentes por pasar de largo antes de llegar a la escuela. El último de estos era Melo. Estaba familiarizado con él solamente porque una vez acompañé a mi hermano a la casa de un amigo suyo, que solía vivir por la zona y el colectivo que tuvimos que tomar siempre se detiene allí.

Afortunadamente traje a cuenta durante la reunión que iba a asistir a un concierto en Vicente López después de que la misma llegase a su fin. Gracias a esta acción me salvé de cubrir kilómetros de más sin ninguna necesidad. Ana, la única chica dentro del Smial, dijo que había sido alumna de esta misma escuela. El punto de referencia que tenía era un nuevo centro comercial, DOT. Ya sabía de antemano cuál era su ubicación, pero Ana me aseguró que la escuela no estaba cerca realmente. Lo que tenía que hacer era doblar a la derecha al llegar a Melo, y eso sucedería unos dos kilómetros antes del centro comercial. Cuando llegué a la esquina formada por la combinación entre la calle Melo y el ramal costero, vi a lo lejos en dirección sudeste y fui capaz de distinguir el gran cartel que leía “DOT”. ¡Dios! Después entendí el porqué de la referencia adjunta el Estado de Nacho ya que evidentemente estaba dirigida a personas que eran de otros lugares. Pero me alegré de haber evitado pedalear esa innecesaria distancia después de todo.

Es así que volví a doblar a la derecha (sí, ya lo se, oeste-sur-oeste-sur-oeste-sur...) y seguí hasta que crucé un nuevo paso nivel, muy lejos del que mis compañeros de Formendor suelen utilizar. Alrededor de seis cuadras fueron cubiertas y Estanislao del Campo, la última de todas las calles que tenía que transitar, nunca cruzó mi camino. Por ende, le pregunté a un hombre que estaba sentado en la entrada de una tienda de frutas y verduras si sabía con exactitud dónde se encontraba la calle. “Te pasaste. Es la primera paralela a Panamericana”, fue su respuesta. De inmediato me percaté de mi error: el camino iba en bajada por todas esas cuadras hasta nivelarse en el cruce, por lo que me dejé ir placenteramente, sin prestarle atención a las primeras calles ni a sus respectivos nombres. Revisé la hora y supe que tenía tiempo de sobra antes de que el show comenzara. Lo aproveché parando en una estación de servicio y reponiendo energías con un descanso, barra de cereal y jugo multi-fruta.

Una vez desencadenada la bicicleta del palo de luz que había elegido, volví por el mismo camino. No tuve ningún inconveniente en encontrar Estanislao del Campo ahora. El establecimiento estaba ahí mismo en la esquina y algunos jóvenes esperaban en la puerta.

Ahora bien, cuando esta es la escena tiendo a sentirme algo incómodo, si es que no me encuentro acompañado. Me quedo ahí de pie junto a la bicicleta en silencio mientras otros que evidentemente se conocen entre sí conversan y ríen juntos. Pero después de que pasaran unos minutos, uno de ellos se me acercó.

-¿Claudio? -.
-Sí -.
-Soy Nacho. ¿Cómo estás? -.
-Oh, Nacho. Estoy bien, gracias -.
-Bueno, gracias por venir a vernos -dijo, algo sorprendido.
-No hay  porqué. Hasta ahora fue un viaje muy agradable -dije-. ¿Cuándo empieza el evento?-.
-Estamos esperando a que llegue el responsable de las llaves -contestó, con un vago tono de queja. Después volvió con su grupo de amigos, más que otra cosa miembros de las bandas que tocarían además de Kernel Panic.

No después de mucho tiempo un auto se detuvo en frente del grupo de gente. Lo único que llegué a notar fue una mano que salió de la ventana trasera sosteniendo un juego de llaves a ser entregado a uno de los músicos. Después de que el auto se marchara, la puerta principal del establecimiento se abrió y quienes esperaban en la vereda entraron. No sabía qué hacer con la bicicleta. Supuse que podía traerla adentro conmigo y atarla a la reja lateral. No paraba de dudar así que la llevé al interior del mismísimo salón donde se ejecutaría la música. Nadie se quejó así que no dudé más. Había una silla aislada a la derecha del vasto lugar. La tomé y ubiqué en la parte trasera; la bici puesta a mis espaldas en la esquina.

No tenía nada que hacer hasta que comenzara el show. Por lo tanto, me senté en la silla para descansar mis ejercitadas piernas por un rato. Mientras esperaba se me ocurrió hacer uso de mi cuaderno como fuente de entretenimiento. A lo largo de 2011 escribí muchas cosas en este cuaderno de tapa verde. Originalmente había sido comprado con el fin de escribir ideas para un cuento ficticio en el que vengo trabajando desde hace años (el final no parece estar nada cerca). Pero cuando me tomé un descanso inconsciente del mismo, el cuaderno siguió siendo de utilidad pero con otros propósitos. Llegué a escribir cosas como “Ir a la disquería para encargar ese álbum de música ambiental” o “Enviarle un mensaje al baterista con el que empecé a trabajar”. Si sentía la necesidad de expresar algún sentimiento en forma de palabras escritas, entonces recurría a esas hojas de papel. Si surgía alguna línea melódica que no quería tocar de otra manera luego, hacía una transcripción rápida allí, así no improvisaba algo nuevo basado en esa determinada composición musical.

No sólo sirve para matar el tiempo antes de que cualquier tipo de función comience, también (y 
especialmente) durante viajes en tren (no hago mención del colectivo porque rara vez me subo a uno, pero no veo porqué no habría de funcionar también).

Kernel Panic Trío me recordó a... bueno, a mí y a mi ex-banda. Tenía mucho que ver con el enfoque que Gogui, Nico y yo solíamos tener unos años atrás: un guitarrista-cantante más la sección rítmica de batería y bajo. Más crudo, imposible, lleno de agallas rockeras.

Tocaron algunos clásicos de Rock más unos pocos temas propios (la lista de canciones no era muy larga). Aunque el sonido no fue el mejor ya que los salones escolares tienden a generar mucho “reverb”, me sentí muy bien escuchándolos. Me dio mucho gusto ver a personas incluso más jóvenes que yo (y eso que tengo veintitrés años) interpretando este tipo de canciones con tan inspiradora energía. Creo que ello contribuyó en grande al modo positivo en que reaccioné ante lo que tenían para ofrecer.

La lista, al menos como la recuerdo:

1) YYZ (Rush)
2) Algo así como una psicodélica canción de Blues que me sonó, pero no lo suficiente como para recordar el nombre. Probablemente nunca lo supe.
3) The Chicken (Jaco Pastorius)
4) Uno de sus temas originales (el que iba en serio).

Vis:

Purple Haze (The Jimi Hendrix Experience)
El otro original (el no-serio. Nacho explicó que “los que lo conocen, lo van a disfrutar. Los que no, la van a pasar mal” ¡Ja, ja!).

Su parte estaba hecha. Música de fondo saltó de los parlantes. “Pull Me Under” de Dream Theater continuó hasta su final. Había empezado antes de que KPT se presentara, pero la sonidista le dio pausa cuando la banda ya estaba lista sobre el escenario. Esperé a que Nacho saliera al salón una vez más pero nunca lo hizo. Se estaba haciendo tarde y el camino de regreso a Tigre era algo extenso. Pensé que podría escribirle en su Muro de Facebook desde mi propia casa, pero hubiese sido agradable tener una chance de charlar un poco más antes de partir.

Como lo planeé, la conversación pendiente se estableció en forma virtual.

Para mí, este sábado simboliza la comunicación y sus virtudes. Ya sea real o virtualmente, o ambas trabajando juntas como en este caso, hay una chance de conocer gente con la que vale la pena interactuar. La promesa del “feedback” entre uno y el otro y las cosas que se pueden lograr gracias a ello nos hace dar cuenta que, con responsabilidad y respeto, la comunicación es la clave para mejorar nuestras vidas como seres sociales.

1 comentario:

  1. C que lindo relato! me he quedado con una sonrisa amplia :D La verdad, has puesto por escrito eventos muy lindos y que de una u otra forma involucran a muchos (amigos, conocidos, gente virtual o no) y sé que todos y todas nos sentimos cómodos y contentos contigo. De haberte conocido y en definitiva ( a lo que a mi atañe) gracias al Universo *Tierra Media*.Gracias por
    compartir tu talento con todos nosotros...

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